En algún momento, todos tenemos miedo. En algún instante de la vida todos tenemos que tomar decisiones en un marco de incertidumbre. La valentía es justamente la capacidad de vencer miedos e incertidumbres en la persecución de un objetivo.
Hay varias precisiones que conviene hacer en relación con la valentía. Por de pronto, lo más obvio: la persona valiente no es la que no tiene temor. Cualquier persona normal tiene sus temores y sus miedos. Incluso existen miedos ancestrales que actúan de un modo muy similar al instinto y que hacen que nuestra primera reacción sea la de abstenernos, o la de dar un paso atrás, o la de huir de alguna forma. Hay muchas personas que se sienten terriblemente incómodas en la oscuridad; otras tienen una fobia casi insuperable a los reptiles o a las arañas; otras no toleran las grandes alturas ni los precipicios; muchos le tienen un miedo atroz a los incendios o a las inundaciones. Algunas de estas reacciones tienen explicación biológica (por ejemplo el vértigo); otras son atavismos propios de la especie (por ejemplo el temor a ciertos animales); otros aparecen por complejos mecanismos psicológicos. El origen y la posible causa de nuestros miedos es múltiple y variado. Las personas incapaces de sentir temor no son valientes; son temerarias. Y estas personas pueden llegar a ser bastante peligrosas, tanto para si mismos como para los demás.
Por otra parte, en una cantidad nada despreciable de casos se confunde el miedo con nuestra natural reacción frente a lo desconocido. Y eso no es miedo: es simplemente prudencia. Cuando súbitamente nos topamos con algo que no conocemos y que no tiene un aspecto demasiado amigable o seguro, nuestro instinto de conservación entra automáticamente a funcionar y, como mínimo, nos pone a la defensiva.