Es inimaginable para un ser humano agradecer por una desgracia. De hecho, le tenemos pánico, y por eso en nuestras plegarias siempre pedimos poder escapar de situaciones de dolor. Esperamos tener vidas sin sufrimiento, porque nos consideramos buenas personas. “Si soy buen hijo, buen padre… ¿por qué me sucedió tal o cual cosa?” Es un pensamiento recurrente en miles de nosotros. A veces creemos que lo malo no debería siquiera rozarnos, y que solo debería sucederle a los demás. ¿Por qué? ¿Acaso la vida no está compuesta de situaciones buenas y malas?
Si lo pensamos bien, nacemos con una sola certeza: un día la vida se nos va a acabar. Para que la vida se acabe es necesaria la muerte, y la muerte no es algo que consideremos “bueno”. Tampoco llega de la mano de un momento feliz. Normalmente las personas mueren tras una tragedia, una enfermedad, o porque sus cuerpos se gastaron y dejaron de funcionar. En cualquier caso, lo que sucedió no es nada bueno según nuestro entendimiento. Pero, ¿de qué otra manera deberían ser las cosas? ¿Cómo puede terminarse la vida sin que sea algo «malo» para nosotros o para los que quedan?...