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Cuando era niño quería enamorarme de una mujer como mi madre. Cuando era adolescente, creía que jamás me iba a enamorar. Crecí, y cuando ya casi no creía en el amor, la conocí. Me enamoró, me cautivó... me salvó.

Guadalupe es artista, escultora, pero no cualquier artista: sus manos moldean personas en riesgo. En octubre de 2001 —cuando iniciamos nuestra relación— me tomó como un pedazo de barro que estaba condenado a perderse y, desde ese momento, nunca paró de trabajar.

Tiene el don de ver el lado bueno de las cosas, por pequeño que sea, y abonarlo con amor y dedicación para que sus raíces se fortalezcan; un don que se destaca por encima de cualquiera de sus talentos. Y no son solo palabras de un hombre enamorado, es más bien lo que inspiró a miles de artistas a lo largo de la historia cada vez que se referían a su “musa”. En tiempos en los que amar no está de moda, hablar de musas suena raro, por eso prefiero llamarla escultora. Porque más que inspirar, ella construye.

“La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus manos la derriba”, dijo el hombre más sabio que leí, en Proverbios 14:1. Entonces llego a la conclusión de que es una artista y constructora talentosa, y también una mujer sabia.

Escuché muchas veces que “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. Hoy, siendo un hombre de mediana edad, creo que deberíamos decir: junto a una gran mujer, un hombre puede hacerse grande. Y si bien aún no me considero un gran hombre, tengo la convicción de que, al lado de esta gran mujer, mi evolución será inexorable.

Hoy desperté muy temprano y la observé mientras dormía. Es un ser humano lleno de virtudes que no intenta ostentar; coautora de nuestro amor y socia fundadora de nuestra familia; piedra fundamental de nuestro hogar y soporte de mis emociones.

Pienso en todo lo que atravesamos juntos y entiendo de dónde sale la fortaleza de nuestra familia... Dios nos la provee a través de ella. Nos nutrimos de su sonrisa, de su mirada pura. Ella es una vertiente de amor, comprensión y paciencia. Y aunque siempre pensé que yo cumplía el rol de sostenerla y enseñarle, hoy me rectifico: de ella aprendo cada día; ella es mi sostén.

La miro y descubro que con ella a mi lado no tengo miedo de nada. Por algo Dios la puso en mi camino. Él me conoce y sabe de cada una de mis limitaciones y debilidades.

Describirla es elogiar su bondad. Ella es sinónimo de amor, templanza, valentía, tolerancia, confianza y fidelidad.

Tiene poderes, en serio. Cuando estoy furioso por algo, pone sus manos en mi rostro, me mira con sus ojos colmados de una especie de calmante, habla y pronuncia palabras que tranquilizan hasta la fiera más salvaje. Me acaricia, me besa, y en segundos se me pasa.

Tiene poderes. La vi cocinarnos un banquete con una papa y no sé qué mezclas, y el resultado estaba para chuparse los dedos. Cocina para cuatro, y si llegan visitas, hace que la comida alcance para todos.

Tiene poderes estéticos pocas veces vistos. Es hermosa hasta cuando quiere verse descuidada. Es tan poderosa que se despierta linda, más linda que cuando se acostó.

Tiene superpoderes y una fortaleza que no vi jamás. No se rinde nunca. Se nutre del dolor y se levanta aun cuando el golpe es insoportable.

Es tan poderosa que sabe ser humilde. Cuando la escucho hablar con Dios, escucho a la hija que todo padre quisiera tener. Expresa amor, agradecimiento y respeto; y sólo pide sabiduría y más amor.

Tiene el poder de hacerme fiel, de conquistarme cada día como si fuera el primero. Con su poder puede detener el tiempo. Los años no le pasan como al resto del mundo. Me hizo adicto a ella con cada gesto de dedicación y entrega absoluta.

Tiene una risa tan poderosa que contagia. Si estás de mal humor, te hace reír tanto que los ojos se te inundan con lágrimas de alegría ayudándote a lavar cualquier tristeza que te quiera distraer.