Guadalupe había preparado la cena del domingo y en la sobremesa hubo un debate de una hora sobre “el sufrimiento”. Nuestros hijos pretendían que les hiciéramos las cosas fáciles cuando terminen el secundario, en unos cinco a siete años... Nos negamos rotundamente y les dimos nuestros argumentos.
¿Cómo hablar de sufrimiento con niños de diez y doce años?
Recordamos su nacimiento. Para que ellos llegaran al mundo, su madre sufrió muchos dolores durante el embarazo. Sufrió al darlos a luz y ambos sufrimos cuando oímos su primer llanto.
Ellos sufrieron cuando vieron la luz por primera vez. Sufrieron la ausencia del ambiente que los cobijó durante nueve meses. Sufrieron cuando sintieron el primer dolor de estómago al digerir alimentos que venían de un nuevo mundo.
Abril sufrió cuando le perforaron las orejas para sus aritos. Ezequiel sufrió cuando tuvo su primera pelea con sus primos. Ambos sufrieron cuando fueron caprichosos y recibieron su primer chirlo en la cola; y sufrimos nosotros como padres por haber tenido que dárselo.
Sufrieron la pérdida de un hermanito cuando tenían sólo cinco y siete años. Sufrimos al verlos sufrir y por ver partir a un hijo antes que uno de nosotros. Sufrimos pensando que nuestra familia podía disolverse después de ese sufrimiento.
Con mi esposa sufrimos por el divorcio de nuestros padres, y cada vez que la adversidad se metió en nuestro camino haciéndonos pensar en hacer lo mismo.
Sufrimos crisis económicas muchas veces. La última, en 2008, casi quebramos. Mi esposa sufría porque los ingresos que lograba haciendo sándwiches de milanesas, empanadas árabes y alfajores de maicena no alcanzaban para ayudar a sostener nuestro hogar. Y yo sufría por ver su angustia mientras luchábamos por sostener lo que juntos habíamos construido.
Sufrí cuando perdí a mi abuela Dora, una gran mujer en mi vida.
Sufrí cada vez que emprendí y me fue mal, y también cada vez que el fracaso empañó mis ilusiones de éxito en algún negocio.
El sufrimiento está antes de toda satisfacción. Viene primero, a prepararnos para lo mejor. Porque estamos aquí para superarnos cada día, para alcanzar la felicidad.
El acero debe sufrir temperaturas extremas de 900 grados centígrados y luego enfriarse abruptamente para templarse y obtener su mayor dureza. Un pedazo de barro debe ingresar a un horno lleno de fuego para convertirse en una hermosa pieza de arte.
Una madre debe afrontar nueve meses de cambios hormonales y físicos para conocer al amor de su vida. Hombres y mujeres debemos trabajar arduo cada día, pero el resultado vale la pena cada vez que vemos en nuestras familias los logros de ese sacrificio.
Dios sufrió cuando debió ver morir a su único hijo. Jesús sufrió cuando tuvo que hacerse hombre para morir por otros. Una semilla debe morir para dar vida.
Sin sufrimiento, toda recompensa tiene gusto a poco. El sufrimiento nos hace fuertes, la fuerza nos hace perseverantes y la perseverancia nos regala el éxito más contundente; ese éxito que nos convierte en personas felices por nuestros logros y satisfacciones personales.
"Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza", dice el libro más leído en Romanos 5:3-4