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La niña entreabrió sus ojos. A través de la persiana de sus pestañas vió como mamá corría las
cortinas y dejaba entrar la claridad del nuevo día, a través de la amplia ventana. Una mamá
despeinada, con zapatillas y el pijama al que ella se sentía tan apegada, blandito, con ositos y
pequeñas manchitas de sus muchos mordisquitos que le daba por las noches al despedirse e
irse a la cama.
Pero mamá, ¿si ayer ya fue domingo?
Mamá no contestó. Se dirigió a la cama de su hermano y dándole un beso, el pequeño
garbanzo empezó a estirarse y retirar el edredón que lo envolvía.
Rápidamente nos apresuramos, mi hermano y yo, para ir al cuarto de baño: hacer pis, lavarnos
la cara y las manos, peinarnos...volver a la habitación, mirar en el armario para elegir la ropa
¿y?…
¡Hoy desayunamos todos juntos¡ se oyó la voz de papá desde la cocina.
Mamá cogió la corona, que el día anterior habíamos hecho, me la puso en las manos. Hoy
papá es el rey, es el día del padre. Vamos a felicitarlo.
Yo no vi a un rey. Quería haberle hecho una gran chistera, meterle mi conejito de peluche.
Porque papá era un malabarista. Era un gran mago, que en estos días siempre se inventaba
nuevos trucos.
Él era magia, mi magia.
Todos nos sentamos en la mesa: leche, tostadas, fruta. Mi hermano cogió su balón, mamá
servía la mesa y papá y yo nos miramos y cogidos de la mano nos acercamos a la ventana.
La magia de este nuevo día luminoso estaba a punto de empezar.
Escrito por Celes Ramirez Recio
Ilustración Snezhana Soosh
Locutara Berta Valencia