Carles Puigdemont tiene fecha de caducidad. El 3 de febrero de 2020 su DNI ya no estará en vigor. Lo que provocará que no pueda concurrir a ningún proceso electoral. Hasta entonces, desde su chaletazo pagado con dinero público en Waterloo, se permite el lujo, entiéndase a mayores que el de ese exilio surrealista de una república inexistente, de inmiscuírse en lo que no le compete. Que es, básicamente todo. Fue el primero en escapar cuando se produjo una declaración de independencia que el Tribunal Supremo dejó sin efecto. Se autoproclama presidente en la sombra de una ilusión y hasta pretende salir elegido eurodiputado en mayo para tener inmunidad en el proceso judicial que afecta a otros compañeros independentistas a los que ahora deja con el culo al aire. En una entrevista al diario argentino Clarín echa por tierra la estrategia de los presos del «procés» sosteniendo, al revés que sus defensas, que la declaración de independencia fue válida. Es como el anuncio de Carglass. Carles cambia. Carles repara.
Según mejor le convenga a sí mismo usa una táctica o la contraria. De una mentira pasa a la justificación. Y de la justificación a la mentira. Es la estrategia de un egoísmo en el que no importa traicionar incluso a aquellos que un día confiaron en ti. Que empiezan a reconocer ante un tribunal que no todo puede hacerse de espaldas a las normas de un Estado de derecho como el nuestro. Que Puigdemont admita que la independencia tiene validez es, por todo lo expuesto anteriormente, la prueba definitiva de que no la hubo. Poco le queda a Carles. Sin cargo que lo justifique, no va a poder seguir en su retiro belga... ¡Escuchándolo en nuestro podcast es aún mejor, dale al play!