Hildegarda nació en Alemania a finales del siglo XI, en el año 1098 a orillas del río Nahe en un pueblo llamado, Bermersheim. Como ya tenía nueve hermanos, como parte del famoso diezmo, Hildegarda fue entregada a la iglesia, –cuando todavía era una niña–a una abadesa que marcaría su vida llamada, Jutta von Spanheim. Entre otras cosas le transmitió la afición por la música y le enseñó latín. De pequeña tenía continuos dolores de cabeza que desaparecieron cuando se hizo mayor después de una visión.
La visión
En el monasterio conoció a Volmar, un monje benedictino que sería su gran compañero de camino. No en vano Jesús enviaba a sus discípulos de dos en dos. A él le contó sus visiones que tenía plenamente consciente desde hacía muchos años y que no se atrevía a contar a nadie, hasta que pudo hacerlo a Volmar.
A los cuarenta y tres años la luz viva le “dijo” a Hildegarda que escribiera y contara lo que veía y oía. Lo cual haría Volmar, a quién ella dictaba sus visiones, y, también la que fue su asistente, la monja Ricardis.
Poco antes había sido nombrada abadesa del convento