Un refrán popular dice: “El hábito no hace al monje”. Algunos responden, es verdad, “pero ayuda”.
Los hábitos son importantes en la vida de la persona. Si son buenos son favorables, y mucho, para llevar una vida más amable, más plena, más feliz.
Si hablamos de los malos, de los perniciosos, llegan a destruir por completo la vida de una persona.
¿Cuál es la diferencia?
Los hábitos malos son como los pulpos poco a poco van rodeándote con sus tentáculos hasta esclavizarte. Una vez apegados a ti, cada uno de sus tentáculos se alimenta de tu energía, de ti, hasta dejarte desnutrido, sin fuerzas, sin energía. Y lo que es peor, como los tentáculos de los pulpos tienen como un imán, cada vez se pegan más fuerte. Por si fuera poco esos tentáculos se reproducen y con el paso del tiempo se hacen más robustos.
Los hábitos buenos, sin embargo, te rodean en un abrazo tierno y te alimentan. Son como el agua que va hidratando tu día a día.
¿Cómo destruyes un hábito pernicioso?
Primero reconócelo. Segundo ten la firme voluntad de querer salir de ese pozo negro. Luego pide ayuda a alguien que tenga experiencia y sabiduría para que te dé la mano y te ayude a levantarte.
El otro día comentaba una señora, ?“hace doce años que no piso un casino. Mi vida es totalmente distinta. No sé cómo agradecerle a Dios. Tardé en darme cuenta que la tristeza, de la angustia que sentía procedía de este vicio. Con la ayuda de las personas adecuadas salí y aquí estoy mucho mejor.
Si quieres ser feliz construye hábitos buenos. Si quieres navegar al borde del precipicio, déjate llevar por la corriente y edifica tu existencia en vicios y hábitos negativos.
¿Cuál es el momento para cambiar los hábitos malos? Ahora. No dentro de un minuto o dos, ni mañana. ¡Ahora! es el momento adecuado.
Gumersindo Meiriño Fernández