Que tú, puerto, te vas,
que yo me quedo.
atado al muelle,
atado
a la tarde y al vuelo
de las gaviotas; ciego.
Que te llevas tus calles y tu pelo
mientras duermo.
Niños de grandes ojos pastorearán
por los alrededores de mi pecho.
Lloverá eternamente
unas lluvias heladas
sin flores en las plazas.
Acaecerán silencios en ráfagas continuas
sobre una estepa blanca y abatida de vientos.
Y nos olvidaremos.