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Description

Déjame mirar las montañas.
Déjame mirarte,
mirarte reflejada
en el cristal de la ventana.

La luz ténue del mundo
anaranja tus manos,
blancas golondrinas
que caminan los caminos
de mis hombros desnudos.

Te miro en el cristal,
sombra blanca, luna sonriente,
y flotas, y reverdeces
como trigo joven
sobre mi piel caliente.

¡Qué dolor de corazón!
¿Cómo podré sobrevivir
a tu belleza?

¿Cómo soportar el sufrimiento
de los huesos que se parten,
de tejidos lastimados
por la fuerza
que pugna por amarte?

Déjame tocar el reflejo
de tu rostro descendido
de los paseos floridos
que circundan el cielo.

Eres nube roja y malva,
sobrevolando mi horizonte,
y revirtiendo mi deseo en llama.

Y allí estás, entre dormidas cañadas,
jugando tras la línea de mi cuello.
Y besas húmeda mi nuca enardecida,
y revolotean tus dedos por mi pecho
garabateándome un te amo
que se me graba como una herida.

La ventana nota tu aliento
hirviendo alrededor de mi boca,
y te lanza destellos de un sol
que se acuesta
para dormir un día más
sin su aurora.

Adivino tu cuerpo sumergiéndose
tras las sombras que el mio
dibuja en la transparencia
que veo apagarse en mi mirada.

Y tus manos descienden ardiendo
hasta los confines del centro
de la tierra,
donde encuentras un volcán
que responde a tu llamada.

Declina la luz tras la ventana
y me quedo mirando el incendio
que el día le prende a la noche
para engendrar un nuevo mañana.

Mientras tanto, mis sentidos
tropiezan, caen y se levantan,
al ritmo que tu amor le impone
a la rediviva maquinaria de mi alma.

Raúl Tamarit Martínez