Estoy tras tu puerta,
tu puerta de acero,
tu puerta inabarcable, inalcanzable,
tu puerta herida, infranqueable.
Estoy tras tu puerta,
real y cierta como el día en que emprendí
el sendero de las almas perdidas,
con las estrellas aún despiertas.
He recorrido un largo camino,
he pisado cuchillos y bayonetas,
y mis pasos han quedado tatuados
en la espalda de la tierra
que nos une y nos separa.
Es tu puerta,
que yo dejé cerrada
y que ahora se prepara
para abrir en mi corazón un pozo
que se derrama y se llena
de una nostalgia que lo inunda.
Estoy apoyado en el quicio de tu puerta,
caída la cabeza sobre la madera muerta,
y paso mi mano sobre ella
y me paro cada vez que me parece
recordar tu mirada
que me despierta y me anonada.
Aún no llamo,
y no hay voz en mi alma que se esté callada.
No quiero hacer ruido ni que tu oído sepa descubrir
que tengo la frente vencida y humillada.
Es tu puerta esa tapia que salté cien veces para verte,
el banco del parque en el que te di un millón de besos
antes de perderte.
Tu puerta de hierbabuena y de relente,
que se hace de repente entre mis dedos
algodón de azúcar, amanecer entre hojas,
y poniente.
He querido llamar a tu puerta
con los restos de mi equipaje,
con las cartas enlazadas que te escribí
perdido entre tanta gente
y que guardo temeroso de que algún día leas
y me odies por quererte.
Y antes de maldecir mi suerte
y volver mis pasos resignados
hacia el sol durmiente,
oigo tu voz,
y de pronto te veo
apoyada en tu puerta de hiedra,
en tu puerta de flores dehiscentes,
nombrándome,
salvándome una vez más la vida,
esta extraviada vida
de insensato impenitente.
Autor: Raúl Tamarit Martínez
Música: Yiruma