El Señor es un Dios que tiene respuestas para todo. El plan de Salvación, por ejemplo, es la respuesta de Dios para el problema del pecado.
Algo muy importante: la santidad para el creyente tiene tanta importancia como para el pecador lo es el ser salvo.
Efectivamente, el día que nos convertimos de nuestros malos caminos y nuestra vana manera de vivir se dio en nosotros una maravillosa experiencia: la Salvación, la Primera Obra de Gracia del Espíritu Santo. Esto produjo un cambio radical en nuestras vidas 2 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. De pecadores a nuevas criaturas. Todos nuestros actos pecaminosos, nuestras transgresiones fueron perdonadas el día que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador Personal. Es el Espíritu Santo quien produce en la vida del creyente la decisión de separarse de una vida de pecado abandonando el fango y toda suciedad espiritual.
Sin embargo, hay algo que debemos conocer tú y yo: si bien la nueva vida en Cristo comienza, la naturaleza de pecado aún persiste, leamos Romanos 7:23 “pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Esta vieja naturaleza se apega al hombre lo cual le impide llevar una vida cristiana exitosa. Es aquí donde necesitamos que el Espíritu Santo actúe en nuestras vidas a través de su obra santificadora.
I. LA SANTIDAD:
Santo significa “apartado”, “separado”. Debemos entender que la voluntad de Dios es nuestra santificación. 1 Tesalonicenses 4:3a “pues la voluntad de Dios es vuestra santificación”.
Además, la Biblia también dice que hemos sido llamado a ser santos: 1 Corintios 1:2 “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos ... “ Si te das cuenta, en la salutación que hace el apóstol Pablo en cada una de sus cartas a las iglesias él se refiere “a los santos”: 1 Co. 1:2; Ef. 1:1: Fil.1:1; Col. 1:2.