Una de las lecciones más valiosas de la mitología griega se encuentra en el libro 12 de la Odisea de Homero. En esta historia, el personaje principal, Adicus, quien es el rey de Ítaca, debe navegar alrededor de una isla donde habitan unas mujeres muy atractivas llamadas sirenas, conocidas por encantar a los marineros.
Estas sirenas son famosas por causar la muerte de aquellos que se acercan a su costa rocosa, atraídos por el sonido de sus melodías. Para evitar caer en este peligro, Adicus elabora un plan cuando se aproxima a la isla. Le pide a sus marineros que lo aten al mástil y que se pongan cera en los oídos para que no escuchen la canción. A pesar de que Adicus, más tarde, pierde la razón y pide a su tripulación que se acerquen a las sirenas, las cuerdas que lo sujetan al mástil lo mantienen firme. Los marineros obedecen las instrucciones iniciales, y el barco atraviesa la situación sin problemas. Adicus se convierte en el único ser humano que ha oído el canto de las sirenas y ha sobrevivido para contar su historia. Esta narración perdura porque, aunque es fantástica, representa una estrategia mental a la que todos deberíamos recurrir en ciertos momentos de la vida.
Existen ocasiones en las que debemos aceptar que ningún argumento filosófico complicado que defienda la sabiduría será efectivo, y que solo evitando de manera efectiva la tentación podemos salvarnos cuando nos enfrentamos a ella, de lo cual no somos lo suficientemente fuertes para salir por nuestra cuenta. Es necesario que nos entreguemos a otros poderes sobre nosotros. Debemos aceptar, aunque resulte difícil, que a veces perderemos el control, porque hay situaciones que amenazan nuestra racionalidad. Estas pueden ser la ex pareja que nos causó dolor en el pasado y a la que deseamos llamar para pedir otra oportunidad, un hijo adolescente que nos provoca irritación pero con quien no conviene discutir, un colega en la oficina a quien intentamos ignorar, o una deliciosa galleta de chocolate que no deberíamos comer. Es fácil caer en la tentación, y una vez que comenzamos a comer, es complicado detenernos, al igual que con un sitio web al que no deberíamos volver.
Cada uno de nosotros tiene su propia representación de las sirenas, que se ajusta a las debilidades de nuestra mente. Sin perder demasiado la dignidad, debemos reunirnos con aquellas personas que acompañan nuestras vidas y darles, temporalmente, el control de nuestro camino. Es fundamental entregar nuestros teléfonos a los amigos, pedirles que se hagan cargo de nuestras computadoras, y decirles que no nos dejen ingresar a ciertas tiendas.
Hacer preguntas sobre observar a quienes hemos contactado no es nada positivo, pero al final resulta aún menos positivo pensar que siempre podemos defender una lógica que en realidad solo poseemos a veces. Las personas verdaderamente maduras son conscientes de cuándo la madurez ya no es viable. Hay ocasiones en las que para que un verdadero amigo nos escuche, en realidad no está prestando atención porque hemos perdido el control de nuestras funciones, como normalmente sucedería cuando la vergüenza, la soledad o la desesperación nos invaden.
Necesitamos tener la claridad suficiente para decirles a quienes se preocupan por nosotros que soy lo bastante fuerte para reconocer cuán débil puedo ser. Protégeme de lo que deseo y hazme el favor de ignorar todas las cosas que te pida.