Cuando se mira de frente de dónde surge el mirar, uno constata que antes de esa observancia directa ponía su atención en lo meramente distractivo y, por tanto, vacuo e insustancial, perdiéndose en una externalización proyectativa de simples creencias (jamás certezas) que ocultaban la plena naturaleza esencial. Por eso, confía y atiende a lo nucleico; todo cambia, y cambia para Bien, cuando uno desatiende a la distracción egoica y deposita con firmeza la atención en la consciencia de ser Consciente. De repente, la Divina Unicidad se hace obvia... lo Puro, lo Sagrado, el Espíritu Santo (el Hijo de DIOS y DIOS MISMO), lo abarca y subyace a todo y a todos, liberándonos de la ilusión de la separación, del sufrimiento y de la muerte.