Cuando nos topamos con la verdadera enseñanza espiritual, con la enseñanza clara que nos responsabiliza de nuestras vidas liberando al prójimo de reproches fáciles e interesados, que nos muestra a la vida toda interconectada -en lo esencial- a lo santo, divino y eterno, que nos muestra que lo transitorio no es relevante por su propia evanescencia, y con determinación decidimos aplicarla, reconocemos que somos los responsables directos de nuestras vidas, que son nuestros propios pensamientos los que nos traen paz o conflicto, amor o miedo, debilidad o entereza, alegría o pesar. Por eso, abandonar los pensamientos vanos y estúpidos nos salva de toda vanidad y estupidez; y, de igual manera, dejar de validar mediante la oración sincera o la meditación constante aquellos que nos identifican con la frágil identidad corporal, posibilita tomar consciencia de nuestro verdadero, pleno e inmortal ser.