A la mañana siguiente, después de haber colgado la cabeza de Holofornes en la muralla de la ciudad, los israelitas salen fuera de la ciudad como había ordenado Judit. Los enemigos, al verlos, corren hacia el campamento para despertar a los comandantes del ejército de Asiria. Cuando entran en la tienda de Holofernes se lo encuentran muerto y sin cabeza. Al enterarse todos los hombres del ejército asirio se quedan estupefactos, entran en el pánico y huyen como pueden. Los israelitas les persiguen logrando una gran victoria. Después, se dirigen a Jerusalén para adorar a Dios y ofrecer holocaustos en acción de gracias.