Apertura LMH 18
Hay que procurar el buen funcionamiento del sistema. Aspirar a una economía saludable. Propiciar los intercambios libres. Ser transparentes. Soltar. Fluir. Conectar. Ningún banco es una isla.
Los errores son tiempo perdido, el tiempo perdido es dinero perdido. Hay que crear organismos internacionales, estructuras supraestatales, entes reguladores, todo lo que sea necesario para garantizar una fluida circulación. El sistema necesita normalidad y normatización. No hay espacio para el error.
Lo transparente se enturbia y la fluidez es reemplazada por estructuras inquebrantables. Entramos en el corazón de la máquina: la organización mundial del humo. ¿Quiénes son los que acceden a los comandos de esta maquinaria de modelación real y tangible del mundo? Sólo unos pocos. El resto de la humanidad, si así lo desea, por supuesto que puede agolparse afuera, gritar, cantar o lo que les venga en gana. Los cantos, cuando se escuchan desde adentro, resultan pintorescos porque se sabe las solicitudes de acceso, indefectiblemente, serán declinadas.
Las eventuales regulaciones y ajustes técnicos maquillan la verdadera cara de la gran maquinaria. La pulcritud esconde miseria. El horror de la perversión se concentra en la blancura de las fiestas de Alan o la ropa de Juliana. A la hora de accionar, no hay maquillaje. El disfraz es sólo discursivo. El sistema no tolera trabas ni cuestionamientos.
La propiedad de la tierra y de los medios de producción no fluye, ni circula. Se enquista. Aquí la transparencia y los nombres de pila desaparecen, el territorio es una cuestión de apellidos. La grieta se vuelve quiebre, completa disociación esquizofrénica entre un discurso atrofiado de metáforas de blanco humo y la crudeza de los actos miserables, aberrantes, que se practican. No hay piedad con los hombres que resisten la avanzada de esta vida inmaculada y cuestionan las bases del sistema. El castigo por ensuciar la escena es la miseria o la muerte.
El humo conquista nuestro horizonte de los posibles. Esto, quizás, sea lo más peligroso. Los hombres se vuelven insumos de la máquina y ella los inunda por dentro. Se hace imposible imaginar algo por fuera de su lógica. La blancura enceguece. Si usted, querido oyente, se siente identificado con este escenario, le proponemos un ejercicio. Cada vez que se le presente una idea, una sensación o un pensamiento que usted perciba como absurdo, ridículo o impracticable, no lo descarte automáticamente. Por el contrario, sosténgalo por unos instantes más y cuando crea que ya es suficiente, haga el intento de guardarlo un poquito más. No lo olvide, los tiempos que corren han vuelto imprescindible, casi una necesidad vital, empezar a hacerle espacio a lo imposible.