Cuando Devaki, vestida de cortezas de árbol, que ocultaban su hermosura, entró en las vastas soledades de los bosques gigantescos, vacilaba, rendida por la fatiga y el hambre. Mas apenas hubo sentido la sombra de aquellos bosques admirables, gustado los frutos del mango y respirado la frescura de un manantial, se reanimó como una flor. Al principio penetró bajo bóvedas enormes, formadas por troncos macizos, cuyas ramas se replantaban en el suelo y multiplicaban al infinito sus arcadas. Durante largo tiempo marchó por allí al abrigo del sol, como a través de una pagoda sombría y sin salida...