Es hora de la luz
ese foco de 25 vatios
una pantalla de vidrio azul lañil y flegos amarillos
separa al comedor de los arbustos
y roquedales que anuncian el desierto.
Es una luz de mala calidad
por lo que el gran frutero repleto de naranjas
es con las justas una gallina muerta.
Los comensales en torno de la mesa
devoran las costillas de cordero
oscuros, silenciosos, como una mancha
de aceite en la pared.
Es la última cena.
En esta habitación tan mal iluminada
es imposible distinguir al divino Jesús.
Aunque si dejamos de lado al comedor
o cenáculo y nos hundimos con las
rodillas negras en medio del desierto,
podemos encontrar un corral de cangrejos
en la arena mojada, un pomo con avispas
y a las 6:50, hora del vidrio azul añil
y flecos amarillos,
la voz del monje loco,
auspiciada por los jabones lux
la ronca carcajada
alalau, más fiera que las ropas de lana remojadas
pegadas contra el cuerpo
igual que un alarido en el fondo del mar.