¡SILENCIO!
¡Silencio!
Se despiertan embravecidos
los demonios del océano,
piden a gritos justica.
No existe Dios.
¡Silencio!
Rugen encolerizados
los volcanes sumergidos.
Los arrecifes, impotentes,
ven pasar los cadáveres ateridos
de los niños que vinieron de lejos.
¡Silencio!
Sollozan las aguas teñidas de sangre.
Se escuchan los gemidos de las piedras
bajo el mar.
Se enredan entre los arrecifes
los cadáveres de los niños
que vinieron de lejos.
¡Silencio!
¡Guardemos silencio!
Silvia Galván
Febrero de 2016