Listen

Description

Por José María Tojeira, SJ
Escuche aquí:

El crecimiento económico y la redistribución de la riqueza deben estar relacionados positivamente para que nuestras sociedades avancen en bienestar y relaciones sociales armónicas. Sin embargo la relación entre ambos factores está en franca contradicción. Las élites económicas insisten en la importancia del crecimiento económico aduciendo que en la medida en que haya más inversión, más trabajo y mayor exploración de los recursos, la redistribución se dará automáticamente. Eso es mentira.

En El Salvador vivimos una situación de desigualdad enraizada en la propia historia. Tanto en tiempos de la colonia como en la independencia las élites económicas se han apoyado en la desigualdad de recursos para continuar enriqueciéndose. El control de la tierra, los favores políticos, la corrupción han generado élites con una enorme capacidad de someter la política a sus intereses. Más allá de las calificaciones ideológicas, cuando han surgido fuerzas sociales, o incluso sectores relativamente pequeños que reclaman una mejor redistribución de la riqueza, las élites han trabajado intensamente por crear un discurso claramente adverso, cuando no un represión de los reclamos.

Desarticular movimientos, sean sindicales, juveniles o incluso inspirados en el pensamiento social cristiano, ha sido una tarea permanente de las élites o de los gobiernos controlados por las mismas. El control gubernamental de las élites ha diseñado un tipo de Estado con baja capacidad de redistribución de la riqueza.

Frente a esta situación resulta indispensable crear conciencia de que la desigualdad lleva siempre a formas graves de fracaso de los Estados. El Salvador es uno de los países con menor rechazo de la desigualdad en América Latina. El discurso de los poderosos prometiendo un futuro glorioso de crecimiento económico que beneficiará a todos, junto con algunas medidas populistas y la relativa disminución de la pobreza producida por las remesas, posibilitan esa especie de indiferencia frente al problema de la desigualdad.

La propia debilidad institucional del Estado de cara a la redistribución de la riqueza, disminuye su capacidad de gestionar la democracia. Porque quien es incapaz de redistribuir con justicia una riqueza producida por todos se encuentra desangelado y solitario cuando hay que defender estructuras democráticas de libertad y participación. Si realmente se desea defender o construir un estado auténticamente democrático, quien lo desee realmente tiene que tener en mente el fortalecimiento del estado en el ámbito de la redistribución de la riqueza.

En el liberalismo económico en que vivimos la riqueza se produce social y colectivamente. Pero la redistribución de la misma se realiza individual y privadamente. Al Estado le corresponde eliminar las injusticias graves del sistema y equilibrar los derechos al bienestar desde formas justas de redistribución de la riqueza.

Evidentemente ese avance no se dará mientras no haya en el país estructuras sólidas e instituciones independientes. La debilidad, fracaso y vulnerabilidad de los partidos políticos, un sistema judicial débil, cooptado y dependiente, la falta de transparencia y rendición de cuentas, son obstáculos queridos y diseñados por las élites para poder manejar un estado débil en su propio beneficio. El análisis social, la reflexión sobre nuestra situación, el diseño de un futuro más solidario y de un estado más social y democrático de derecho resulta en las actuales circunstancias más indispensable que nunca. De lo contrario la desigualdad continuará en aumento y generará crisis que terminarán dañando a todos.

Tanto el Papa Juan Pablo II como Francisco, insistían en que “el principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social, es un derecho natural, originario y prioritario”. Solo un estado social y democrático de derecho, fuerte y bien estructurado, puede lograr que ese “primer principio de todo el ordenamiento ético-social” se convierta en realidad y frene la tendencia creciente a la desigualdad en la que nos vemos inmersos.