Un relato de María Larralde
Voz. María larralde
Existen sucesos sobre los que no se quiere arrojar luz alguna por lo insoportablemente horrendo de sus consecuencias. Pero… ¿y si hubiera razón tras los actos vesánicos de una persona?
¿Quién querría saberlo, quién querría aceptar esa verdad?
El frío de aquel invierno de 1909 no puede compararse con nada más atroz. Jamás los habitantes de la pequeña población de Kennecott han reportado datos sobre una tormenta de mayores dimensiones. Informes escritos de algunos mineros cuentan cómo nubarrones albos cargados de nieve helada atormentaron los bosques de abetos hasta hacerlos doblarse en imposible contorsión durante semanas. Algunos mineros, estremecidos, susurraron a los miembros del primer equipo de rescate el terror que experimentaron durante su largo enclaustramiento debido, en gran parte, a lo extraño del comportamiento de los bosques durante el tiempo que duró la salvaje ventisca. Otros comentaron que las ramas de los árboles apilados se rozaban continuamente entre sí emitiendo un sonido hasta entonces desconocido: algo parecido a un lamento continuo. Unos pocos dijeron que era parecido al zumbido de ciertos insectos batiendo sus alas al unísono en enjambre. En todos los casos aseguraban que era un fragor terrible que, junto al ulular de la galerna incansable, impedía escuchar cualquier otro sonido. La locura insidiosamente aprisionó, bajo un cerrojo irracional, las mentes de los mineros y la llave, al parecer, fue arrojada lejos de allí.
Música:
1. Dinamita.
2. Montaña Brumosa.
https://creativecommons.org/
LIBRO EN AMAZON:
https://www.amazon.com/-/es/Mar%C3%AD...