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El niño tenía once años, era estudioso y cariñoso con sus padres. Pero el niño le daba vueltas a algo en la cabeza. Su padre trabajaba mucho y estaba todo el día en sus negocios. El hijo le admiraba porque «tenía un buen trabajo».

Cierto día el niño esperó a su padre, sin dormirse, y cuando llegó a casa, le llamó desde la cama:

– Papá –le dijo- ¿cuánto ganas cada hora?.

– Hijo, no sé, bastante. Pon, si quieres, 100 €. ¿Por qué?

– Quería saberlo.

– Bueno, duerme.

Al día siguiente, el niño comenzó a pedir dinero a su mamá, a sus tíos, a sus abuelos. En una semana tenía 80€ y al regresar otro día, de noche, su padre, le volvió a llamar el niño:

– Papá, dame 20€ que me hacen falta para una cosa muy importante…

– ¿Muy importante, muy importante? Tómalas y duerme.

– No, papá, espera. Mira. Tengo 100€. Tómalas. ¡Te compro una hora para estar contigo!

El padre le abrazó.