El altar santifica la ofrenda
Del pastor Juan Radhamés Fernández
Mateo 23:16-22: Hay de vosotros guías ciegos que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada, pero si alguno jura por el oro del templo es deudor, insensatos y ciegos, porque ¿cuál es mayor, el oro o el templo que santifica el oro? También decís, si alguno jura por el altar, no es nada. Pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor, necios y ciegos. Porque, ¿cuál es mayor? ¿La ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? Pues el que jura por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Y el que jura por el templo, jura por él. Y por el que lo habita. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.
En los versículos citados, Jesús reprende severamente la hipocresía religiosa de los escribas y fariseos y denuncia su insensatez y ceguera espiritual. Era alarmante que los líderes religiosos y los maestros del pueblo de Israel estuvieran tan confundidos en temas tan elementales y en asuntos tan tácitos como los aludidos por el Señor Jesús. Pero sus creencias y criterios revelan no solamente su miopía espiritual, sino el cómo los intereses religiosos y las tradiciones habían distanciado sus corazones de Dios y de la verdad bíblica. Por su énfasis en lo externo, los intereses creados y su falsa piedad, a los religiosos se les dificulta diferenciar entre causa y efecto, entre lo mayor e inferior, y entre lo importante y lo irrelevante. Los fariseos eran semejantes a los religiosos atenienses, los cuales adoraban al Dios no conocido. Los escribas y fariseos, aunque conocían muy bien las letras de la Sagrada Escritura ignoraban el espíritu de estas. Poseían mucha información acerca de Dios, pero no conocían a Dios. ¿Cómo es posible que quienes tenían la tarea de enseñar a la nación a adorar a Dios no supieran el orden de importancia entre el templo, el altar y la ofrenda? ¿Cómo se explica que los maestros de la adoración desconocieran las prioridades del Dios a quien adoraban? Aunque el Señor Jesús se refería al templo, al altar y a la ofrenda en el aspecto físico, haciendo alusión al culto hebreo, esta enseñanza también es aplicable espiritualmente a la adoración y a los adoradores en esta dispensación del Nuevo Pacto.
Por ejemplo, el Nuevo Testamento nos enseña que nosotros los creyentes somos el templo de Dios y que el Espíritu Santo mora en nosotros. Y el apóstol Pablo añade: Porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. Primera de Corintios 3:17. También dice que somos ofrendas y que ofrecemos ofrendas o sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Romanos 15:16, Primera de Pedro 2:5. Cuando el Señor Jesús dijo que es el altar el que santifica la ofrenda, sin duda estaba pensando en las palabras de Moisés cuando escribió: Y purificarás el altar cuando hagas expiación por él y lo ungirás para santificarlo por siete días, harás expiación por el altar y lo santificarás, y será un altar santísimo. Cualquier cosa que tocare el altar será santificada. Éxodo 29:36-37. Noten que primero se hizo expiación por el altar para purificarlo y santificarlo. Después de esa purificación, el altar llegaba a ser Santísimo. Entonces, añade la pluma inspirada: Cualquier cosa que tocare el altar, será santificada. Está haciendo referencia a todas las ofrendas que se ofrecían sobre el altar de los sacrificios, de manera que como el Señor Jesús enseñó, el altar santifica la ofrenda.
Surge entonces la pregunta: ¿Cuál es el altar en sentido espiritual? La Biblia revela que el altar donde ofrecemos las ofrendas y sacrificios al Señor, cuando le adoramos, es nuestro corazón. Miremos las enseñanzas bíblicas. Dios dijo al profeta Ezequiel: Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. Ezequiel 14:3. ¿Dónde pusieron sus ídolos su adoración idolátrica o sus ofrendas a sus dioses falsos? Según el Señor, los pusieron en el altar de su corazón. Por medio de Jeremías, el Señor lo expresó así: El pecado de Judá, la idolatría, escrito está con cincel de hierro y punta del diamante, esculpido está en la tabla de su corazón y en los cuernos de sus altares, mientras sus hijos se acuerdan de sus altares y de su imagen de Asera, que están junto a los árboles frondosos y en los collados altos. La idolatría, que es adoración a dioses falsos, según el profeta, está escrita en el corazón, tan grabada como con cincel de hierro y punta de diamante, también esculpida en la tabla del corazón y en los cuernos de los altares.
En los cuernos de los altares era donde se ataban los animales para ser ofrecidos a Dios. Tanto la verdadera adoración como la falsa se originan en el corazón del adorador. El corazón del adorador es el altar donde se deposita y se dedica toda ofrenda a Dios. El corazón no solamente decide qué ofrecer, sino que en él se oculta la verdadera motivación de lo que se le ofrece a Dios.
Jesús nos enseñó: El hombre bueno, del buen tesoro del corazón, saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro, saca malas cosas. El Maestro también dijo: Porque de dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricias, maldades, engaños. Todas estas maldades de dentro salen y contaminan al hombre. La enseñanza es muy evidente: Del corazón sale lo bueno y lo malo. El Señor habló del corazón bueno y malo. Miremos otro ejemplo: Mas la que cayó en buena tierra, estos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra de vida y dan fruto con perseverancia. Luca 8:15. Pero el mismo Jesús nos enseñó: Ninguno hay bueno, sino uno Dios. Mateo 19:17. Si solamente Dios es bueno, ¿cómo es que hay hombre con corazones buenos y rectos?
¿Cómo reconciliamos estos dos pensamientos? ¿Se contradijo el Señor? De ninguna manera. El Señor Jesús se refería a los hijos del Reino, los nacidos del Espíritu Santo. Como hemos enseñado anteriormente, el hombre nuevo nacido en nosotros por el Espíritu Santo posee la naturaleza e imagen del que lo creó y fue creado según Dios en justicia y santidad de la verdad. También tiene el fruto del Espíritu Santo. No peca ni puede pecar porque es nacido de Dios. Cuando vivimos en el Espíritu, No practicamos el pecado y se manifiesta en nosotros el carácter de Dios y la imagen de Cristo.
Repetiré constantemente esta enseñanza, porque en nuestros púlpitos hay muchas contradicciones y ambigüedades, porque no se ha entendido la doctrina del Nuevo Nacimiento. Hemos interpretado las enseñanzas del Nuevo Testamento acerca del Nuevo Hombre como algo metafórico. Enseñamos que el hombre nuevo es el hombre viejo transformado. Contradiciendo así, lo que la Biblia enseña, que el hombre nuevo es una nueva creación, Segunda de Corintios 5:17, que posee la imagen y naturaleza de Dios, Juan 1, 12, 13. Reitero y enfatizo esta enseñanza porque tengo el deber como mensajero de Dios de tratar bien la Palabra de Verdad.
No podemos enseñar una verdad basándonos en errores o en argumentos equivocados. Según las enseñanzas del Nuevo Testamento, los creyentes poseemos dos naturalezas: la vieja o carnal, y la nueva o espiritual. En la primera se manifiesta el corazón malo o Adánico, lo que Pablo llama las obras de la carne o las obras infructuosas de las tinieblas. En la segunda se hace notorio el corazón nuevo, que hemos recibido al nacer de nuevo. Esto es el fruto del Espíritu. Según Pablo, cuando vivimos y andamos por el Espíritu, se hace visible en nosotros el fruto de la vida de Dios, su naturaleza, imagen y carácter. El Antiguo Testamento revela el Nuevo, y el Nuevo es el cumplimiento del Antiguo. El Antiguo Pacto era la sombra o el tipo del Nuevo, y el Nuevo es el anticipo o la realidad cumplida y manifiesta en Cristo. La luz de la revelación llegó a su plenitud en la vida y ministerio del Señor Jesucristo. Toda la refulgencia de la luz revelada nos ha iluminado la gloria del Hijo de Dios. Nos han sido revelados los misterios del Reino de los Cielos. Hemos sido iluminados con la gloria de Dios en la faz de Jesucristo y se nos han abierto los tesoros de la sabiduría y del conocimiento de Dios.
Damos gracias al Padre por el don de Jesucristo y por las riquezas de su gracia, alabado sea el nombre de nuestro Dios.
Retomemos el tema que nos ocupa y continuemos el camino que hemos emprendido en esta enseñanza. Moisés dijo que el altar tenía que ser expiado, purificado y santificado para poder santificar toda ofrenda que se ofreciese sobre él. Eso confirma lo que enseñó Jesús, que el altar es el que santifica la ofrenda y no lo inverso, como creían los escribas y fariseos. El Señor fue muy enfático, consecuente y persistente en esta enseñanza por todas las Escrituras, por medio de los mensajes de los profetas en su trato con la nación hebrea, pero lo hizo más patente en la revelación del Nuevo Testamento. Esa conducta de Dios obedece la tendencia del hombre como adorador, de dar más importancia a su ofrenda que al altar de su corazón y a la práctica común de esconder en la ofrenda los motivos que lo mueven como adorador. La ofrenda siempre ha sido el camuflaje donde se esconde el falso adorador para manifestar la apariencia de una engañosa piedad.
En la historia de la adoración, la ofrenda ha sido el medio que más se ha empleado para proyectar la imagen lo que no somos y lo que queremos que los demás crean que somos. Se ha prestado para engañarnos y engañar. La ofrenda es una manifestación de nuestra manera de ser y pensar. Ella revela de nosotros más de lo que nosotros conocemos de nosotros mismos. Es una manifestación. Ella revela de nosotros más de lo que nosotros conocemos de nosotros mismos. En la ofrenda se oculta la verdadera naturaleza del corazón. Tal como es la ofrenda, así es el corazón del adorador. Caín desconocía quién era él hasta que trajo su ofrenda. La ofrenda le reveló en realidad quién era él y también a los demás. Cuando depositó su ofrenda en el altar, se manifestó cuán podrido estaba su interior.
Tal es el altar, así es la ofrenda. Si el altar está inmundo, la ofrenda también será impura. Pero si el altar está purificado, este hará pura la ofrenda. Si el altar del corazón está santificado, la ofrenda del adorador también estará santificada, porque es el altar el que santifica la ofrenda. Los limpios de corazón ofrecerán a Dios ofrendas puras y agradables delante de sus ojos.
No puede una fuente sucia dar aguas limpias. El espíritu religioso enfatiza mucho todo lo concerniente a la ofrenda. Su medida, su belleza, su contenido, la cantidad, su unción. Pero no nos enseña a purificar y santificar el altar de nuestro corazón. Esta enseñanza explica el énfasis de Dios, por todas las Sagradas Escrituras, acerca de la pureza del corazón. También muestra el porqué de su preferencia por los rectos y puros de corazón. Sólo lo que es como Dios agrada a Dios. El Señor es santo y por ese motivo, él ama la santidad y la demanda de todo adorador que se acerca a él. Por esa causa, recibe con sumo agrado la adoración de los perfectos de camino. La Biblia dice: En los íntegros es hermosa la alabanza. Salmo 33:1. Esa es la apreciación y evaluación de Dios acerca de su adoración. El Señor se refiere a ellos y dice: Para los santos que están en la tierra y para los íntegros es toda mi complacencia. Salmo 16:3. Ellos siempre tienen entrada a la presencia de Dios y en todo tiempo son bienvenidos. Así lo expresó por medio de su siervo David: ¿Quién subirá al monte de Jehová y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón, el que no ha elevado su alma cosa vana ni jurado con engaño, él recibirá bendición de Jehová y justicia del Dios de salvación. Salmo 24:3-5. Jesús se refirió a ellos diciendo: Bienaventurado los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Mateo 5:8. El Señor no solo se complace en la adoración de los limpios de corazón y les da lugar en su presencia, sino que les muestra su rostro.
El altar del corazón es el que santifica la ofrenda del adorador. La Biblia narra: Y aconteció en dando el tiempo que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también y miró Jehová con agrado, a Abel y a su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Génesis 4:3-5. Nota que Dios miró primero a Abel. Esto es, el altar de su corazón, la pureza de su interior y después observó su ofrenda. La limpieza del altar de su corazón logró que Dios viese pura y santa su ofrenda. Con Caín sucedió todo lo contrario. Cuando Dios miró la inmundicia del altar de su corazón, supo que también su ofrenda era impura.
Lo que hace agradable la ofrenda de todo adorador que se acerca a Dios es la pureza del altar de su corazón. Es el adorador el que produce el agrado, no su adoración. Su adoración es agradable si su corazón complace al de Dios.
Siempre me ha hecho reflexionar el hecho de que la primera enemistad en la historia del ser humano comenzó en el altar. ¿Es posible que el primer crimen en la vida del hombre se haya originado en un altar? Esperamos que la adoración a Dios produzca en nosotros lo más sublime. Pero eso no fue lo que sucedió en la experiencia de Caín como adorador. Su fracaso como adorador le produjo frustración, ira y enojo tan grande que lo condujo al fratricidio. El relato dice: Y se ensañó Caín en gran manera y decayó su semblante. Génesis 4:5. El verbo ensañarse en hebreo significa calentarse, arder en cólera, celos, encolerizarse, entristecerse, indignarse. Ese enojo fue una reacción, porque Dios no aprobó su ofrenda, pero sí manifestó agrado por la de su hermano. ¿Por qué vuelca su rabia contra su hermano? ¿Era Abel el responsable de que Dios desaprobara su ofrenda? Su actitud hacia su hermano reveló que su corazón estaba lleno de envidia. De acuerdo con el relato del Génesis, lo que Dios desaprobó no fue la ofrenda de Caín, sino el altar de su corazón.
La Biblia dice que Dios miró a Abel primero y luego a su ofrenda. Luego miró a Caín y luego a la ofrenda de Caín. Nota que en ambos casos la mirada de Dios se fijó primero en el adorador y después en su adoración. En el primer caso miró a Abel, examinó primero el altar de su corazón, lo vio limpio y puro. Entonces miró su ofrenda y la vio santificada porque la observó a través de la pureza del altar de su corazón. El proceso del escrutinio de Dios, en caso de Caín, fue el mismo. Lo miró primero a él, inspeccionó la higiene del altar de su corazón y lo encontró inmundo, vio en él todas las inmundicias que luego se manifestaron. Después, puso sus ojos en su ofrenda y la vio impura como su altar. Si su altar hubiera sido santo, hubiera santificado su ofrenda. Dios no desaprobó su ofrenda, sino su altar. Caín, como era labrador o agricultor, trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová, Génesis 4:3. Y estoy seguro de que él le trajo al Señor lo mejor de su cosecha, porque entendía que a Dios se le ofrece lo mejor. Pero la ofrenda, por buena y hermosa que sea, no puede santificarse a sí misma. Sólo el altar puede santificar la ofrenda. Eso es muy importante.
Lo que el Señor dijo a Caín después que se ensañó, es una prueba más de lo que desaprobó, que primero desaprobó el altar de su corazón. Esto fue lo que le dijo: ¿Por qué te has ensañado y por qué has decaído tu semblante? ¿Si bien hicieras, no serás enaltecido? Y si no hicieras bien, el pecado está a la puerta. Génesis 4:6-7. Permíteme parafrasear estos versículos para hacer entender a luz de esta enseñanza. Dios le dijo en otras palabras lo siguiente: ¿Por qué te has enojado tanto y te has entristecido a ese extremo? Si hubieses hecho bien y el altar de tu corazón hubiese sido puro y limpio, ¿no te hubiera enaltecido y honrado y hubiera aprobado tu altar y tu ofrenda? Pero si no has hecho bien y el altar de tu corazón ha sido impuro, ¿cómo voy a enaltecerte y aprobar tu altar y tu ofrenda? Si tu altar hubiese sido santo, hubiese santificado tu ofrenda y yo, complacido, hubiera aprobado a ambos, pero tu altar ha hecho inmunda tu ofrenda.
¡Qué enseñanza tan reveladora y oportuna para nosotros los adoradores de este tiempo! ¡Cuánto necesitamos aprender acerca del altar y la ofrenda!
Pongamos nuestra mirada en otro ejemplo bíblico, del Nuevo Testamento. El Evangelio de Marcos nos narra el siguiente relato: Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre y echó dos blancas, o sea, un cuadrante. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos han echado de lo que les sobra, pero esta de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento. Marcos 12:41 al 44. El Señor estaba sentado delante del arca de la ofrenda. Un depositario con 13 receptáculos en forma de trompetas ubicado en el patio exterior, en el atrio de las Mujeres, por donde las personas introducían sus monedas u ofrendas para usos diversos. Nota que el Señor miraba a los que traían sus ofrendas de la misma manera. Estoy seguro de que de la misma manera esto es lo que Dios hace y ha hecho siempre. Él mira el altar del corazón de cada adorador que se acerca a traer ofrenda delante de su presencia. Así como los ojos de Jehová están hacia lo justo, atentos sus oídos al clamor de ellos. Salmo 34:15. De la misma forma, él pasea su mirada para observar atentamente el altar de sus corazones, cuando estos se presentan ante su trono para adorarle con ofrendas. Lucas, en su Evangelio, dice lo mismo que Marcos, pero de una manera más específica, dice: Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre que echaba allí dos blancas. Lucas 21:1-2. El Señor, primeramente, puso su mirada en los ricos, luego en las ofrendas que echaban en el arca. De la misma manera, miró primero a la viuda, después puso sus ojos en su ofrenda. Ese siempre ha sido el orden de observación del Señor. Él mira primero el altar del corazón del adorador y después considera su ofrenda. Si el corazón es santo y su motivación es pura, la ofrenda es santificada por la actitud y la integridad del adorador. Nunca la ofrenda será aceptable si el altar del el corazón es desaprobado.
En último análisis, no es la ofrenda la que agrada a Dios, sino el corazón y la vida del adorador. La ofrenda es solo una expresión del corazón, la representación de lo que el corazón del adorador quiere expresar a Dios. Mas el Señor no está buscando adoración, sino adoradores. Esto es muy importante. La adoración lo complace si es ofrecida por los verdaderos adoradores, los cuales le adoran en espíritu y verdad. El altar de estos ha sido purificado por medio de la fe, la expiación de la sangre de Cristo y santificado por la sujeción a la obra santificadora del Espíritu Santo. Jesús tuvo que observar el corazón de los ricos para poder evaluar sus ofrendas. También fue necesario que él leyera el corazón de esta viuda para poder decir lo que expresó con relación a su ofrenda. Por tanto, el altar no solamente santifica la ofrenda, sino que también la revela. Cuando la mirada escudriñadora del Señor penetró profundamente en el altar del corazón de los ricos, se percató de la intención que había en su interior. Ellos dieron mucho, pero de lo que les sobraba. Yo diría que su ofrenda se podía definir como una abundante sobra. En castellano, sobra son las partes o elementos que quedan después de que algo ha sido usado o consumido. Sobrante es la porción o residuo que después de usar o consumir algo. Entonces, los ricos no dieron a Dios su riqueza, ni tampoco de su riqueza, sino una parte del sobrante. El altar de sus corazones estaba contaminado con las inmundicias de la avaricia y mezquindad. Sus ofrendas a la vista de los hombres lucían generosas e impresionantes. Pero a los ojos de Dios eran viles y despreciables, indignas del Señor. Esas ofrenda, en vez de honrarle, constituir un gran insulto a su persona. Le ofrecieron no ofrendas, sino ofensas. Es un agravio ofrendarle a Dios las sobras cuando él es el dueño de todo.
Cuando le ofrecemos a Dios lo que ya no nos es útil, lo que no nos es necesario, de lo que podemos prescindir, revela quién es Dios para nosotros: que Dios nos sobra. Darle al Señor el sobrante manifiesta de qué manera valoramos su persona y hace patente cuán poco le amamos y le tememos. Por abundante que fueron las sobras de las ofrendas de los ricos, no fueron sino las migajas que cayeron de las mesas, que según la mujer sirofenicia, es la comida de los perrillos, Marcos 7: 28: ¿Cuántas veces como estos ricos tratamos al Señor como un perrillo, ofreciéndole como ofrenda nuestros menospreciados sobrantes, la porción que no necesitamos, la parte que ya no utilizaremos?
La Biblia nos revela que, por ser el Señor, el todo en todos, merece lo primero de la totalidad y lo mejor de lo superior. Al Señor se le ofrendaba las primicias de todas las cosechas, los primogénitos y los más gordos de los animales, Éxodo 3:19, Éxodo 13:2, Génesis 4:4. El rebusco o los pocos frutos que sobraban después de las cosechas era la porción destinada a los pobres, extranjeros, huérfanos y viudas. Levítico 19:9. Deuteronomio 24:19-22. Cuando en vez de primicia le ofrecemos a Dios los rebuscos, manifestamos lo dañado y contaminado que está el altar de nuestro corazón. Pensemos, por ejemplo, en la cantidad y calidad de tiempo que le ofrendamos al Señor. ¿Solamente le damos las horas del domingo? ¿Le adoramos con nuestro hermano en los servicios que se celebran durante la semana? ¿Nos molestamos y nos ofendemos si el culto se extiende unos minutos? ¿Oro y leo la Biblia brevemente solo cuando estoy cansado y no tengo otra cosa que hacer? Si no puedo hacer algo durante mi semana de trabajo, ¿lo hago el domingo sacrificando el culto de adoración a Dios? ¿Destinas tus diezmos para resolver la urgencia o crisis económicas que se te presentan? ¿Eres de aquellos que han inventado una doctrina bíblica para eludir tu deber de honrar al Señor con el fruto de tus bienes y adorarle con las décimas del producto de tu trabajo? Proverbios 3:9, Éxodo 23:19, Malaquías 3:10. ¿Eres tú de aquellos que tienen que venderte una gaseosa, una comida o hacerte participar de una actividad para darle una contribución al Señor? ¿Te enseñaron a considerar al Señor como un pordiosero que necesita tus limosas o como un comerciante con quien tú puedes negociar o invertir para obtener ganancias? ¿Te enseñaron tus maestros a comprar las bendiciones del Señor con ofrendas usando la falsa motivación, siembra mucho para que tu cosecha sea abundante? Estas preguntas te ayudarán a conocer la condición del altar de tu corazón. También, si tus ofrendas al Señor son los rebuscos o las primicias.
La mezquindad del corazón nos conduce a traer a Dios no ofrendas agradables, sino sacrificios inmundos, dones corrompidos, que, en lugar de honrarle, le ultrajan. El profeta Malaquías, reprendiendo los sacerdotes de Judá, les dijo: El hijo honra al Padre y el siervo a su Señor. Sí, pues soy yo Padre, donde está mi honra y si soy Señor, donde está mi temor, dice Jehová de los Ejércitos, a vosotros, o sacerdotes que menospreciáis mi nombre, y decían: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo y dijiste, ¿en qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo, cuando ofrecéis el cojo del enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe. ¿Acaso se agradará de ti o le será acepto, dice Jehová de los ejércitos? Malaquías 1:6-8.
Este pasaje bíblico nos revela muchas cosas sobre el altar del corazón y la ofrenda. La deshonra y el menosprecio al nombre de Dios es el resultado de no amarle y temerle. Esa condición del altar del corazón se manifiesta en nuestra adoración. Cuando nos atrevemos a ofrecerle al Señor pan inmundos, es porque consideramos despreciable la mesa del Señor, ofreciéndole sacrificios de animales ciegos, cojos y enfermos. Tal el altar, tal la ofrenda. Tal el corazón, tal la adoración. En último análisis, no es la ofrenda la que deshonra y menosprecia a Dios, sino el adorador.
Pensemos en el contraste establecido por el Señor Jesús entre la ofrenda de los ricos y la ofrenda de la viuda. Los ricos ofrendaron las sobras de su riqueza, pero la viuda dedicó a Dios la totalidad de su pobreza. Ella echó en el arca de las ofrendas todo lo que tenía, todo su sustento. Marcos 12:44. ¿Qué determinó que dos blancas o un cuadrante, equivalente a centavos en monedas modernas, fuese para el corazón del Señor mayor cantidad y mejor ofrenda que las grandes de los ricos? ¿Por qué el Señor valoró más la totalidad de la pobreza de esa viuda que las abundantes sobras de los ricos? Las ofrendas de los ricos, sus sobras, manifestaban cuánto sus corazones valoraban a Dios, quién era el Señor para ellos. Su dádiva a Dios expresaba que el sobrante de sus bienes era lo que él merecía. La viuda, en cambio, como Dios era todo para ella, le ofrendó todo lo que poseía, la totalidad de su pobreza, aunque esto representaba todo su sustento. Los ricos dieron su sobra y retuvieron su riqueza. La viuda entregó toda su pobreza y no retuvo nada material, pero se quedó con su Dios. Esta mujer amó al Señor con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, con todo lo que era y todo lo que poseía. Su ofrenda reveló quién era Dios para ella. Cuando el corazón ama a Dios, la ofrenda lo hace patente.
Qué tremenda reprensión para aquellos predicadores que enseñan que es la cantidad la que hace agradable la ofrenda delante de Dios. La cantidad o el tamaño de la ofrenda solamente es importante para Dios cuando el corazón del adorador desea expresar al Señor cuán grande es el amor, la honra, la gratitud, el reconocimiento que sienten hacia él. Y por esa razón, su ofrenda es abundante.
El Señor Jesús, citando el profeta Isaías, dijo: Este pueblo de labios me honra más, su corazón está lejos de mí. Mateo 15:8. Tomaré este pasaje bíblico para confirmar la misma verdad que estoy enseñando. Si aplicamos este pensamiento de Dios a la adoración, podemos decir que los labios representan la ofrenda con la cual procuramos honrar al Señor y el corazón es el altar. Pero como el corazón o el altar está distanciado de Dios, la ofrenda nunca logrará agradarle. La epístola a los Hebreos dice: Así que ofrezcamos siempre a Dios por medio de él sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Hebreos 13:15. 15. La enseñanza es esta: en el altar del corazón se ofrece a Dios, por medio de Jesucristo, la ofrenda de sacrificio de alabanza, lo mismo que decir, fruto de labios que confiesan su nombre. El apóstol Pablo escribió: Porque con el corazón, es decir, el altar, se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Romanos 10:10. La boca confiesa o expresa lo que cree el corazón. El Señor Jesús enseñó: ¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno del buen tesoro del corazón saca buenas cosas y el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas. Mateo 12:34-35. Del corazón sale lo bueno y lo malo. Cuando aplicamos este principio de la adoración, podemos decir: Del altar de la adorador, procede lo bueno y lo malo. Es imposible que con un altar sucio se pueda ofrecer una ofrenda limpia. Sólo un altar digno puede producir una ofrenda digna y honrosa para Dios.
Es muy común en nuestra práctica, como adoradores, honrar a Dios con nuestros labios, pero con el corazón lejos de él. Ese fue el pecado que más el Señor le señaló a la nación hebrea. Jeremías lo expresó de la siguiente manera: Los plantaste y echaron raíces, crecieron y dieron fruto. Cercano estás tú en sus bocas, pero lejos de sus corazones. Jeremías 12:2. Oh, ¡cuánto nos describen y nos delatan estas palabras! En nuestra adoración tenemos el nombre de Dios muy cercano en nuestras bocas, pero muy distanciado de nuestros corazones. Yo lo diría así: Bocas llenas de Dios, pero corazones vacíos de Dios. Con nuestras ofrendas confesamos todo lo que Dios es, pero con el corazón negamos la naturaleza misma de su ser.
¿Cuántas cosas consideramos importantes en nuestros cultos de adoración? Pero no hacemos entender a los hermanos que todo se vuelve malo e inútil, inservible, si nuestro corazón está distanciado del sentir del corazón de Dios a quien adoramos. Por ejemplo, si mil personas se reúnen para adorar a Dios, estoy seguro de que ni 50 de ellos están conscientes en esas horas que lo que al Señor le interesa o le importa es la pureza y la integridad de su corazón. Nos preocupa pasarla bien, sentir la unción, disfrutar de su presencia. Consideramos que un culto bendecido y hermoso es aquel donde hubo expresión júbilo, manifestación de dones espirituales, música y cánticos ungidos. Nuestra atención y prioridad está concentrada en nuestra ofrenda, pero no se nos ocurre que los ojos y el escrutinio de Dios están en nuestros corazones. Mientras nuestra mirada está en la ofrenda, la de Dios está en el altar, porque es el altar el que santifica la ofrenda y es el que la hace honrosa y aceptable delante de la vista del Dios santo. En el corazón se esconde la intención, la motivación, la condición y la disposición.
El corazón determina lo que somos y revela nuestras intenciones más profundas e íntimas, también el móvil de nuestras acciones. Nuestras obras pueden ser aparentemente buenas, pero si no obedecen a un corazón puro, serán malas y perversas. Lo que el Señor requiere de los adoradores es que sus corazones estén tan cercanos a Él como lo están sus labios. Dios demanda armonía entre el altar y la ofrenda. La Biblia revela y la realidad lo confirma, que los sentidos naturales pueden estar presentes en nuestra adoración y aún percibir, por ejemplo, los ojos, los oídos, etcétera, pero el corazón simultáneamente estar ausente. Los sentidos pueden estar cerca, pero el corazón lejos. Podemos hacer muchas cosas mecánicamente y aún obrar con el consciente y nuestro corazón estar ajeno a lo que realizamos. Podemos estar casados con Dios en nuestras obras, pero divorciados de él en nuestros corazones. Lo que Pablo llama, ajenos de la vida de Dios. Efesios 4:18. Podemos recordar con la memoria de la mente, pero olvidar con la memoria del corazón. Podemos tener conciencia mental de los hechos y experiencias, pero al mismo tiempo sufrir de amnesia del corazón.
Hay dos formas de interpretar lo que el Señor quiso decir cuando dice que las bocas están cercanas, pero los corazones lejos de él. La primera es la lejanía mental. Por ejemplo, estamos adorando al Señor, ya sea cantando, danzando, orando, etcétera, pero en ese momento nuestros pensamientos están en otras cosas, distantes de Dios y de la adoración. De manera que nuestra adoración es mecánica, ritual y formalista. Pero lo más ofensivo al Señor es la segunda. Cuando el distanciamiento es espiritual, cuando la condición del corazón, sus motivaciones e intenciones son ajenas y contrarias a la naturaleza y carácter de Dios. En este caso, no hay pureza en el corazón ni santidad en las motivaciones e intenciones. Se esconde en el corazón orgullo, rebelión, engaño, mentira, impureza, falsedad, hipocresía, autosuficiencia, idolatría, egolatría, ambición personal, etcétera. Un altar podrido producirá una ofrenda putrefacta, inmunda, indigna de Dios. Hay una verdad que voy a repetir hasta el cansancio, solo lo que es como Dios agrada a Dios. Nada que no sea conforme en la naturaleza santa de Dios y armonice con su carácter justo e inmaculado, ascenderá como ofrenda agradable y aceptable delante de él.
Pongamos atención a los siguientes pensamientos divinos y observemos con sumo cuidado y meditación el criterio del sentir del Señor en estos pasajes bíblicos:
- El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová, más la oración de los rectos es su gozo. Proverbios 15:8.
- El sacrificio de los impíos es abominación, ¿cuánto más ofreciéndolo con maldad?. Proverbios 21: 27.
- El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable. Proverbios 28: 9.
- En los íntegros es hermosa la alabanza. Salmos 33:1.
- Para los santos que están en la tierra y para los íntegros es toda mi complacencia. Salmo 16:3.
- Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio. Proverbios 21: 3.
Solamente estoy citando algunos versículos, pero en la Biblia son incontables. En cuanto a la adoración, es esta la enseñanza más enfatizada por Dios en toda la Biblia, pero también es la más ignorada y olvidada por nosotros. Esta debiera ser la verdad más enfatizada en los púlpitos en todo servicio de adoración.
Si para nosotros es importante que el Señor se agrade y acepte nuestras ofrendas de adoración, entonces se hace imperativo recordar constantemente a los hermanos que lo que complace a Dios es la pureza del corazón y que la aceptación de la ofrenda es el resultado de la aprobación del corazón.
David, según la Biblia, era un hombre conforme al corazón de Dios. Yo me maravillo de lo entendido que era él en cuanto a la adoración y el servicio a Dios. Él conocía el pensar y sentir del Señor y entendía lo que era relevante para él, su demanda y preferencia. David sabía cómo acercarse a Dios y cuando lo ofendía, sabía humillarse delante de su presencia reconocer su falta y apartarse de aquello que el Señor desaprobaba de su conducta. También aceptaba con humildad la exhortación que Dios le traía por medio de su mensajero. El que es de Dios, la palabra de Dios oye. Juan 8:47. El que le ama y le teme, sabe cuál es su voluntad y cómo agradarle. También conocerá lo que puede entristecer su divino corazón. El Padre, sabe que somos débiles e imperfectos. Él conoce que solamente en Cristo podemos ser perfectos. No ignora nuestras limitaciones, Pero él ama la actitud humilde del corazón. En cambio, aborrece la soberbia y la rebelión. Proverbios 16:5. Él da gracia a los humildes, pero mira de lejos a los soberbios. Salmos 138:6.
Aprendamos de David la manera correcta de acercarnos a la presencia del Señor para adorarle y notemos la actitud de su corazón al entrar delante de Dios. Esta fue su oración: Escudríñame o Jehová y pruébame, examina mis íntimos pensamientos y mi corazón. Porque tu misericordia está delante de mis ojos y ando en tu verdad, no me he sentado con hombres hipócritas ni entré con el que anda simuladamente. Aborrecí la reunión de los malignos y con los impíos nunca me senté. Lavaré en inocencia mis manos y así andaré alrededor de tu altar, o Jehová, para exclamar con voz de acción de gracia y para contar todas tus maravillas. Jehová, la habitación de tu casa he amado y el lugar de la morada de tu gloria. Salmo 26: 2-8.
Notemos la revelación y la sabiduría de David como adorador. Él conocía que lo más importante para Dios es la pureza y la actitud del corazón del adorador. Por esa razón, antes de acercarse a adorar, le pide al Señor que escudriñe, pruebe, examine sus íntimos pensamientos y su corazón. Él invitó a Dios a mirar minuciosamente su altar interior, o sea, su corazón. Luego, expone ante el Señor de qué manera ha tenido en cuenta su misericordia y su verdad. La palabra revela que todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad, Salmo 25:10. Que con misericordia y verdad se corrige el pecado, Proverbios 16:6. Yo las llamo las hermanas gemelas del carácter de Dios, porque por toda la Biblia se mencionan siempre juntas. Dios es la verdad y ama la verdad en lo íntimo, Salmo 51:6. Dios nunca manifestará su misericordia si no se si no se satisface plenamente la verdad. Él corrige el pecado con misericordia y verdad. Cuando nos acercamos al Eterno, humillados, arrepentidos y dependiendo completamente de las obras expiatorias de Jesús, estamos reconociendo que hemos pecado contra la verdad y nos estamos apropiando y cubriéndonos de la verdad vivida por Cristo. De esa manera alcanzamos la misericordia, porque una vez cumplida la justicia de la verdad, se abre la puerta para dar lugar a la manifestación de la misericordia.
David expone ante Dios su compromiso con la verdad y la pureza y le confiesa: No me he sentado con hombres hipócritas ni entré con los que andan simuladamente. Aborrecí la reunión de los malignos y con los impíos nunca me senté. Salmos 26:4 y 5. Aludiendo a la práctica de los sacerdotes los cuales lavaban sus manos y sus pies en lavacro antes de entrar al lugar santo para purificarse y estar limpios ceremonialmente delante del Señor. David usa simbólicamente esta costumbre para dar testimonio de la inocencia y pureza de su corazón antes de entrar a adorar a Dios en su santuario. Él dijo: Lavaré en inocencia mi mano y así andaré alrededor de tu altar, o Jehová, para exclamar con voz de acción de gracia y para contar todas tus maravillas. Salmo 26:67. La enseñanza para nosotros es que, al entrar a la presencia del Señor para adorarle y depositar una ofrenda sobre su altar, antes es necesario limpiar y purificar el altar de nuestros corazones. Es la manera para movernos con libertad y máxima expresión alrededor del altar de Dios, pero sobre todo para poder agradar al Señor y que nuestras ofrendas de adoración sean aceptables delante de él en Jesucristo.
Es notorio que David adoraba para complacer a Dios. Su objetivo, cuando adoraba, era la complacencia del Señor. A él le importaba más que cualquier otra cosa que sus ofrendas sean aceptables delante de Dios.
Él oraba así: Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, o Jehová, roca mí y redentor mío. Salmo 19:14. Notemos lo importante que era para él la aprobación y respuesta del Señor a las ofrendas de un adorador y cómo valoraba y estimaba esa bendición divina: Jehová, te oiga en el día de conflicto. El nombre de Dios de Jacob te defienda, te envía ayuda desde el santuario y desde Sion te sostenga. Haga memoria de todas tus ofrendas y acepte tu holocausto, te dé conforme al deseo de tu corazón y cumpla todo tu consejo. Salmo 20:1-5. Este pasaje bíblico describe lo que significa el fuego de la aprobación de Dios cuando desciende sobre la ofrenda y la vida del adorador, y constituye la mayor bendición que podemos desearle a un justo como favor y recompensa de parte de Dios. No hay otra mejor. Si para un adorador el adorar le produce gran satisfacción e inefable gozo, mayor es su regocijo cuando la aprobación de Dios se manifiesta como respuesta a su ofrenda de adoración. Adoramos cuando dedicamos ofrendas al Señor, pero mayor es nuestra alabanza y celebración cuando vemos consumir nuestro holocausto, no con nuestro fuego, sino con el de Dios, cuando complacido manifiesta su agrado.
La adoración con propósito consiste en tener como objetivo la complacencia del corazón de Dios. Él es el objeto de nuestra alabanza. Deuteronomio 10:20-21. Nada nos debe importar más que la opinión de Dios acerca de nuestra adoración. La mayoría de los cristianos adoran a Dios toda su vida, pero nunca se han interesado en saber si el Señor alguna vez aceptó sus ofrendas.
Hace poco, el Espíritu Santo me sorprendió con un pensamiento muy revelador. Él me dijo que la ofrenda de Caín era despreciable, abominable, indigna de Dios, pero que tenía algo positivo. Me interesé en saber qué de admirable podía poseer la adoración de Caín. La respuesta del Señor me sorprendió al decirme: A Caín le importaba tanto que yo aceptara su ofrenda, que la frustración y el espíritu de fracaso que experimentó por mi rechazo a su ofrenda le produjo una ira extrema. Aunque esa reacción fue tan humana y carnal que lo llevó al fratricidio, por lo menos manifestó un interés en la aprobación de Dios. Y es cierto, la mayoría de los adoradores de hoy adoran a Dios, a veces por toda su vida, pero nunca se han interesado en saber la opinión de Dios acerca de su adoración. Manifiestan una total indiferencia por la respuesta divina a su adoración. ¿Cómo es posible que Caín esté más interesado que nosotros por la aprobación de Dios? Aunque el Señor desaprobó la ira de Caín, la indiferencia nuestra le produce mayor rechazo e indignación que el enojo del hijo de Adán. La razón es porque el enojo de Caín, aunque equivocado, manifestó un profundo interés en la aprobación de Dios. Pero la indiferencia nuestra revela un total desinterés y rechazo al criterio de Dios y su aprobación.
Después de la ofrenda del Señor Jesús en el Calvario, ninguna otra ofrenda en la Biblia es más emblemática que la de Abraham. Apliquemos el tema que nos ocupa acerca del altar y la ofrenda la experiencia del patriarca, cuando en obediencia el Señor fue al Monte Moria a sacrificar su hijo Isaac. Siguiendo la orden de Dios, Abraham viajó al lugar asignado para ofrecer a su hijo en holocausto a Jehová. El libro de Génesis narra el episodio de la siguiente manera: Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar y compuso la leña y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña, y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces, el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí, y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. Génesis 22:9-15. Este es el ejemplo y argumento más contundente y poderoso para ilustrar la verdad de que el altar es el que santifica la ofrenda. Cuando el Señor miró profundamente el altar del corazón de su siervo Abraham y vio su temor reverente y su amor a él, el cual se manifestó en su sacrificada obediencia, renunció a la ofrenda que le había pedido y le dijo: Detente, ya no necesito tu ofrenda porque conozco lo que hay en el altar de tu corazón. Sé que tu corazón es puro y sincero para conmigo. Conozco que yo soy el todo para ti y al no rehusarme tu hijo amado, has manifestado que me amas más que a él. Sacrificaste a tu hijo desde que saliste de casa con la determinación de obedecerme. Al sacrificar a tu hijo en la decisión de tu corazón, ya para mí lo ofreciste. Al poner la ofrenda de tu hijo sobre el altar de tu corazón, me lo ofreciste, por eso no fue necesario que lo sacrificaras sobre mi altar.
Cuando el Señor tiene nuestro corazón, la ofrenda pasa a ser algo secundario. La experiencia de Abraham lo confirma. El altar de Abraham se quedó sin ofrenda cuando Dios fue el dueño de su corazón. Su altar se quedó vacío, pero el corazón de Dios se llenó. Puede haber altar sin ofrenda, pero no ofrenda sin altar. Si el adorador agrada a Dios, su adoración lo complacerá, pero si el adorador no es conforme al corazón de Dios, su ofrenda de adoración será vana y hasta abominable.
Notemos de qué manera manifestó su agrado y de qué forma descendió el fuego de su aprobación. Llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, como la arena que está en la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tus simientes serán benditas todas las naciones de la Tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. Génesis 22:15-18. La Biblia habla de tres ofrendas que agradaron tanto a Dios, que el fuego de su aprobación descendió y bendijo a toda la humanidad. Estas fueron: la ofrenda de adoración de Noé, la cual logró que Dios hiciera pacto de misericordia a favor de toda la raza humana. Génesis 8:20-21. Dos: la adoración de Abraham, la cual hizo que el Señor prometiera bendecir en su simiente todas las familias de la Tierra. Génesis 22:15-18. Tres: la ofrenda expiatoria del Señor Jesucristo, la cual trajo la redención y salvación a favor de todos los hombres. Me llama la atención que las tres ofrendas fueron de obediencia, las cuales la Biblia llama ofrendas de justicia, porque obraron en conformidad con la naturaleza del Dios de verdad y santidad, también en armonía con su divina voluntad. Las ofrendas de justicia se diferencian de las demás porque no consisten en ritos, ceremonias, sacrificios, cánticos, festividades, etcétera, sino que son ofrendas de vida y conducta. Por ejemplo, obediencia, integridad, fe, pureza de corazón, etcétera. Estos tres hombres agradaron a Dios porque le creyeron y le obedecieron. Las tres ofrendas fueron aceptadas y consumidas con el fuego divino de la aprobación, pero estas ofrendas fueron aceptadas porque los altares de los corazones de estos tres adoradores nacieron en el corazón de Dios. Los hombres que tienen altar bendicen a muchos con su adoración, porque esta es aprobada por Dios.
Quiero terminar este segmento aplicando esta enseñanza a la vida perfecta del Señor Jesucristo. Miremos la verdad del altar y la ofrenda en el ejemplo perfecto de Jesús como adorador. Jesús es el único adorador que fue altar y a la vez fue ofrenda. Cuando Adán pecó, violó la ley de Dios, esa acción ofendió la justicia divina. La ley es tan santa como el mismo Dios, porque es su manera de ser y pensar. La ley representa la palabra de Dios, su justicia, verdad y santidad. El pecado del hombre requería que solamente uno, igual a la ley y justicia de Dios, podía expiar su falta. La única persona en el cielo que era igual a Dios y a su justicia era su hijo Jesús. Por esa razón, solamente él podía redimirnos. La epístola a los Hebreos dice, refiriéndose al Señor Jesús: Porque tal sumo sacerdote nos convenía, santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos. Hebreos 7:26. Solamente él cualificaba para redimir al hombre pecador. La gloriosa noticia es que el Hijo de Dios no rehusó ni se negó, todo lo contrario, se ofreció como ofrenda a nuestro favor. Notemos cómo lo dice la palabra del Señor: Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo mismo, de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre. Juan 10:17-18.
El Señor Jesús se ofreció en tres ocasiones. La primera, antes de la fundación del mundo. Esto es, desde la eternidad. Primera de Pedro 1:20. La segunda, cuando entró en el mundo y se encarnó. Hebreos 10:5. Y la tercera ocasión, cuando realizó su sacrificio en la cruz del Calvario. Hebreos 9:14 y 28. Horas antes de ir al Gólgota, en su indecible agonía, el Señor Jesucristo dijo en el Getsemaní: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú. Mateo 26:39. Jesús fue altar y también ofrenda. En el tiempo de Dios, en la eternidad, para obedecer el mandamiento del Padre y hacer posible el deseo de su voluntad, que era la salvación del hombre, puso su vida para ofrecerla en ofrenda de justicia. Y llegado el cumplimiento del tiempo en la dimensión humana, también fue altar y ofrenda, cuando por amor a nosotros fue sacrificado como expiación por nuestros pecados. En el altar de su corazón, por amor y obediencia al Padre, puso su vida como ofrenda a Dios. Luego vino al mundo y como hijo del hombre, puso su vida en el altar de la cruz del Calvario para lograr la conciliación de Dios con los hombres. Segunda de Corintios 5:18-19.
Esta es nuestra enseñanza. Tiene que haber ofrenda en el altar de nuestros corazones antes que la ofrezcamos en el altar de Dios. Jesús primero se ofreció a Dios, después lo hizo a favor del hombre. La adoración nace en el corazón del adorador, después se convierte en ofrenda en el altar de Dios. La adoración comienza en el altar del corazón, con un deseo y una intención de honrar a Dios. Luego se convierte en ofrenda cuando con diversas expresiones manifestamos el amor y el reconocimiento que previamente fueron concebidos en nuestros corazones.
Cuando el Señor Jesús en la cruz entregó su ofrenda al Padre con su victoriosa exclamación ¡Consumado es! Juan 19:30, sometió su ofrenda al escrutinio de Dios para que fuera examinada por la verdad y la santidad, y también pesada en la balanza perfecta de la justicia divina. El Padre, como el juez justo del Cielo y la Tierra, por los tres días que su hijo estuvo en el corazón de la Tierra, examinó minuciosamente su vida desde su encarnación hasta que entregó su espíritu en el momento de su muerte.
El Padre no solamente escudriñó y examinó la vida del hombre Jesús, sino también su ofrenda propiciatoria. Cuando terminó de hacerlo, en aquel inolvidable domingo, su ángel descendió al sepulcro de José de Arimatea y como testimonio del veredicto del juez del universo y con voz de trompeta, exclamó: Jesús de Nazaret, levántate porque tu Padre te llama. Él, por la operación del poder del Padre, se levantó entre los muertos diciendo: Yo soy la resurrección y la vida y tengo las llaves de la muerte y del Hades. Esa fue la manera única y gloriosa por medio de la cual Dios expresó su aprobación a la ofrenda expiatoria de su hijo Jesús. Concluyo diciendo: La vida perfecta de Cristo fue su altar, su muerte expiatoria, su ofrenda y su resurrección, la aprobación del Padre, y ante el fuego que descendió sobre la ofrenda de holocausto de su vida, la consumió y la hizo ascender en el cuerpo resucitado de Jesús, a quien por decretos le dijo: Mi hijo, eres tú, yo te engendré hoy. Pídeme y te daré por herencia las naciones y como posesión tuya los confines de la tierra, siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Salmo 2:7 y 8, Salmo 110:1.
El altar de la vida justa e inmaculada de Jesús fue el que santificó su ofrenda expiatoria en la cruz del Calvario. Si la vida de Cristo no hubiese sido perfecta, de acuerdo con las demandas de la justicia divina, su sacrificio no hubiera podido expiar nuestros pecados, tampoco su sangre no hubiera podido limpiar y reconciliar con Dios. Su altar logró complacer al Padre y su ofrenda fue tan efectiva a nuestro favor, que ahora el Evangelio anuncia, porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Hebreos 10:14. La santidad del altar de su vida, santificó la ofrenda de su muerte. Y esa ofrenda, realizada a nuestro favor, nos hace santos justos y perfectos para siempre, delante de los ojos de Dios. Démosle al Padre una ofrenda de acción de gracia y con voz jubilosa, exclamemos con el apóstol Pablo: ¡Gracias a Dios por su don inefable, gracias a Dios por Jesucristo, Señor nuestro! Amén.