CDAYH La receta para una familia feliz
Y no… no me refiero a la familia feliz de los restaurantes chinos, sino a la Familia Feliz que todos o la mayoría perseguimos.
Para una Familia Feliz tamaño estándar es necesaria una cocina pequeña. Así como lo lees... Pequeña para que solo quepan tres: ella, yo y El que nos unió.
¡Y vamos con la receta!
Sobre una base de comprensión hojaldrada espolvorearemos un puñado de paciencia integral y le daremos un par de años de horno a 112 grados, según receta el Salmo.
Mientras la masa se va cociendo, y sin despistarnos para que no se dañe, haremos el sofrito de felicidad.
Ponga aceite del bueno, del puro y fresco (el que aconseja Salmos 92:10) y ralle la pasión, para que case mejor. Añada cuatro cucharaditas de oídos atentos, sin trocear, que suelen deshacerse ellos solos en el calor del amor. Corte a taquitos medio kilo de valor, once dientes de fe y cuatro rodajas de rodillas dispuestas. Recuerde que la base no se nos debe quemar (sin comprensión y paciencia nos cargamos el invento).
Condimente al gusto. Yo recomiendo una pizca de diversión, dos puñados de creatividad, tres hojas de humildad y (si se quiere) uno o dos consejeros de buena huerta.
El sofrito, a fuego lento, estará listo en año y medio, coincidiendo con la base de nuestra apetecible Familia Feliz. Esto no es fast food, de manera que el tiempo asegura un plato exquisito y de calidad…
Lógicamente, el sofrito se extiende sobre la masa y (ojo con este paso), se deja reposar otro medio año tapadito con un paño de ilusión.
Ahora llega el gran momento de cubrir el sofrito con los vástagos frescos (nada de prole congelada en las neveras de Babel, que echa a perder la receta). Evidentemente, un solo vástago no dará para cubrir el sofrito. Dos, tres… para los muy hambrientos cuatro (aunque suele empachar un poco).
Lo de preparar los vástagos no tiene misterio: cada cocina tiene su huerto y cada huerto su Hortelano. Recójanse en temporada y, tras lavarlos en el grifo de la sabiduría, rociaremos cada vástago con amorplina. Es sabido que en cualquier tienda de excelencia se consigue amorplina, o la prepara uno mismo: cincuenta por ciento amor y cincuenta por ciento disciplina, bien batido y aderezado con perseverancia y gracia.
Cuidado con el aderezo... Algunos han olvidado que la religión y el legalismo agrían y, aunque vengan en envases parecidos, el sabor cambia completamente…
Vástagos crujientes sobre nuestro sofrito (sofrito no tibio, sino caliente), contenido en la masa hojaldrada sabrosa y consistente, y ya tenemos nuestra Familia Feliz, que marida estupendamente con un buen Destino, madurado en las bodegas celestiales, con barricas de puro propósito.
¡Ah! ¡Y de postre! Sorpresas de tribulación con salvación prodigiosa… ¡Que un final dulce no hay paladar que lo desprecie!
1. COCINA PEQUEÑA:
Para una Familia Feliz tamaño estándar es necesaria una cocina pequeña. Así como lo lees... Pequeña para que solo quepan tres: ella, yo y El que nos unió.
TIPS SOBRE LA INFLUENCIA DE TERCEROS
OJO CON LAS malas influencias de terceros. El matrimonio es huerto cerrado (Cantares 4:12). Nuestros problemas no podemos abrirlos a cualquier persona. Si quieres hablar con tu pastor, o un consejero, está bien, anímate a pedir una ayuda externa. Pero lo de estar aireando los trapos sucios de tu esposo, o de tu esposa, y que lo sepa media iglesia, o tus amigas, los amigos, familiares, eso es destructivo. Profana el huerto y contamina la fuente. Más tarde, Dios restaura tu matrimonio, pero a los demás siempre se les quedará en mente lo que decías de tu esposo o de tu esposa.
Entonces, debemos ser cuidadosos, no contar a cualquiera nuestras intimidades. Dios cela nuestra familia, y es algo íntimo y sagrado, es algo de dos. A veces, tenemos problemas en la familia y es porque la puerta está demasiado abierta y hay gente dice que hace o que dice y no construye. El que abre demasiado la puerta de su casa, dice un proverbio, busca su ruina (Proverbios 17:19). Hay que saber abrir y cerrar. Hay tiempo de cerrar la puerta y arreglar nuestras cosas; hay tiempo de recibir visitas, hay tiempo de no recibir visitas. Hay que abrir la puerta con sabiduría incluso para nuestros familiares, porque es común que seres queridos estén muy metidos en casa: los padres, los hermanos, los abuelos... ¿Vivimos en clan? ¿Un poquito, en tribu? ¿Y qué pasa? Que nos falta nuestro propio espacio.
Nuestro hogar es un santuario, y hay gente que profana el santuario. Demos lugar a aquellos que saben respetar la santidad de nuestra familia. Debemos buscar aliados, es decir, gente que de verdad nos ayuda, suma, y que no daña el huerto, sino que nos ayuda a cuidar el huerto. ¿Hay alguien que está entrando en la casa y que está ensuciando la fuente? ¿Quizás afectando a los hijos, como una mala amistad? ¿O que está dividiendo a los esposos? Hay que saber cerrar la puerta y cuidar el huerto. Tú tienes que proteger a tus hijos hoy, porque mañana será un ahorro de dolor de cabeza.
La casa debe ser un lugar donde llegamos y somos nosotros mismos. Y respiramos y descansamos y nos quitamos los zapatos. Y la casa debe ser ese lugar donde los hijos quieren regresar. Pero ese clima, ese ambiente, lo producimos entre todos. Claro que hay que saber recibir visitas y hospedar. Es bíblico, pero ¡cuidado! Cuando en casa tenemos niños pequeños, mucho cuidado, que en el primer huerto se coló una serpiente y engañó. ¿Qué hubiese sido de Adán y Eva si mandan a la serpiente fuera de su huerto?
2. COMPRENSIÓN, TIEMPO Y PACIENCIA
Sobre una base de comprensión hojaldrada espolvorearemos un puñado de paciencia integral y le daremos un par de años de horno a 112 grados, según receta el Salmo.
SALMO 112
Bienaventurado el hombre que teme al Señor,
Y en sus mandamientos se deleita en gran manera.
2
Su descendencia será poderosa en la tierra;
La generación de los rectos será bendita.
3
Bienes y riquezas hay en su casa,
Y su justicia permanece para siempre.
4
Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos
OÍDOS Y AMOR
Añada cuatro cucharaditas de oídos atentos, sin trocear, que suelen deshacerse ellos solos en el calor del amor.
Chiste actual para Reflexionar
Una mujer se encuentra en un desván de sus Abuelos , ¡Una Lámpara de Aladino....
inmediatamente la frota y, como es lo usual, sale un Genio
La mujer enamorada, mira al Genio y le pide un deseo:
.- Quiero que mi marido me mire sólo a mí,
.- Que Yo sea la única,
.- Que desayune, coma y duerma siempre a mi lado,
.- Que cuando se levante sea lo primero que agarre ,
.- Que no me deje ni para ir al baño ,
.- Que viaje siempre conmigo,
.- Que me cuide, me contemple,
.- Que si me pierdo un segundo, se desespere, y me diga la falta que le hago,
.- Que nunca me deje sola y me lleve a todas partes con él....
Y Zásssss....
El Genio La convirtió en smartphone...!!!
3. UNCIÓN Y PASIÓN
Ponga aceite del bueno, del puro y fresco (el que aconseja Salmos 92:10) y ralle la pasión, para que case mejor.
10
Pero tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo;
Seré ungido con aceite fresco.
4. VALOR, FE Y ORACIÓN
Corte a taquitos medio kilo de valor, once dientes de fe y cuatro rodajas de rodillas dispuestas. Recuerde que la base no se nos debe quemar (sin comprensión y paciencia nos cargamos el invento).
5. DIVERSIÓN, CREATIVIDAD, HUMILDAD, CONSEJEROS E ILUSIÓN
Condimente al gusto. Yo recomiendo una pizca de diversión, dos puñados de creatividad, tres hojas de humildad y (si se quiere) uno o dos consejeros de buena huerta.
El sofrito, a fuego lento, estará listo en año y medio, coincidiendo con la base de nuestra apetecible Familia Feliz. Esto no es fast food, de manera que el tiempo asegura un plato exquisito y de calidad…
Lógicamente, el sofrito se extiende sobre la masa y (ojo con este paso), se deja reposar otro medio año tapadito con un paño de ilusión.
6. LOS VÁSTAGOS: SABIDURÍA, AMOR Y DISCIPLINA (PERSEVERANCIA Y GRACIA)... HIJOS DE EXCELENCIA
Ahora llega el gran momento de cubrir el sofrito con los vástagos frescos (nada de prole congelada en las neveras de Babel, que echa a perder la receta). Evidentemente, un solo vástago no dará para cubrir el sofrito. Dos, tres… para los muy hambrientos cuatro (aunque suele empachar un poco).
Lo de preparar los vástagos no tiene misterio: cada cocina tiene su huerto y cada huerto su Hortelano. Recójanse en temporada y, tras lavarlos en el grifo de la sabiduría, rociaremos cada vástago con amorplina. Es sabido que en cualquier tienda de excelencia se consigue amorplina, o la prepara uno mismo: cincuenta por ciento amor y cincuenta por ciento disciplina, bien batido y aderezado con perseverancia y gracia.
Cuidado con el aderezo... Algunos han olvidado que la religión y el legalismo agrían y, aunque vengan en envases parecidos, el sabor cambia completamente…
7. DESTINO Y PROPÓSITO
Vástagos crujientes sobre nuestro sofrito (sofrito no tibio, sino caliente), contenido en la masa hojaldrada sabrosa y consistente, y ya tenemos nuestra Familia Feliz, que marida estupendamente con un buen Destino, madurado en las bodegas celestiales, con barricas de puro propósito.
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8. HONRAR A NUESTROS MAYORES: EL LUGAR DE LOS ABUELOS:
Me hizo llorar, nada más cierto que esto. Tomate un tiempo y leelo con calma!!!
“Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre”.
Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla.
Lento, lento, impreciso.
Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo.
Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.
Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana todo ahora está lejos.
Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda tomar sus medicamentos.
Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz.
Todo hijo es el padre de la muerte de su padre. Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo.
Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas. Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres.
La primera transformación ocurre en el cuarto de baño. Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la ducha. La barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el “destemplamiento de las aguas”. Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestros protectores.
No podemos dejarlos en ningún momento. La casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas.
Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones. Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda.
Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra.
Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día.
Mi amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos. En el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento: Deja que te ayude.
Reunió fuerzas y tomó por primera vez a su padre en su regazo. Colocó la cara de su padre contra su pecho. Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso. Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable. Meciendo a su padre de un lado al otro. Acariciando a su padre. Calmando él a su padre. Y decía en voz baja:
“Estoy aquí, estoy aquí, papá” ... Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí”.
Autor: Carlos Fuentes.