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Historia de la caída de David y el encubrimiento de su pecado.
Tendemos a ocultar nuestras faltas y pecados. Y puede que por un tiempo no nos afecte, pero el pecado no confesado es como una astilla milimétrica enterrada en alguna parte de nuestra piel que con el tiempo comienza a infectarse y a doler. De igual manera, como discípulos no podemos vivir con cosas “incrustadas” en nuestras almas que no corresponden.
La experiencia de David nos muestra que reconocer y confesar a Dios nuestros pecados trae liberación a nuestras vidas. Cuando dependemos y confiamos en la enorme gracia de Dios, nos lleva a confesar sinceramente nuestras faltas (a Dios a los demás). El poder de la confesión no radica en la persona que la hace, sino en el Dios que la oye.