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¿QUÉ FUE DE AQUEL QUE ESPERABAS?

Se fue con la brisa de un día nublado,
dejando promesas en labios sellados,
y rabia y un dolor que parecía provenir
de un pozo oscuro.

Mirabas la puerta, el reloj, el umbral,
y el tiempo pasaba, sin dar marcha atrás.
Quizás fue un sueño, quizás fue verdad,
quizás fue el eco de la soledad.

Pero en cada espera, en cada estación,
quedó su silueta en el corazón.
Ahora todo se mide con tiento y miedo,
y una mezcla de nostalgia.

Las cartas sin nombre, los pasos sin fin,
las noches en vela, el café sin olor.
Y aunque no vuelva, aunque no esté,
su sombra aún vive en mi amanecer.

¡Qué al odio, ni se le espera!

La salvación vendrá despacio,
de la mano de un niño.
No de un trueno, ni de un milagro lejano.
Vendrá en silencio, con paso sereno,
como el sol que despierta el invierno,
y nos abruma en verano —si es que llega—.

Da igual,

No será espada, ni voz que condena
o cuchillo que mata; sino un gesto simple
que alivia sencillo la pena:
sencillo y limpio, como un “te quiero”.
—un tanto hipócrita (quizás), pero necesario
si de salvarnos se trata—.

Vendrá de la mano que tiende sin miedo un misterio,
que abraza al caído, y ofrece su cielo.

S. Calleja y Arrabal