El manso, … es aquel que se ha doblegado ante la doma divina. Ya no se resiste a la voluntad de su Señor. Pero … no es una persona débil o sin principios firmes. Todo lo contrario. El potro domado es tan fuerte como el potro salvaje, pero ahora sus energías están bajo el control de su amo. La persona domada por Dios tiene tanta iniciativa, creatividad, energía y fuerza de voluntad como antes —quizás más, porque la sumisión a la voluntad de Dios le da vigor, fuerza y resistencia—, pero con esta diferencia: mientras antes estas cosas estaban sujetas a sus propios apetitos y pasiones egocéntricas, ahora están puestas al servicio de Dios y de la justicia. El manso, por tanto, es una persona que ya no opone resistencia al señorío de Dios, sino que es dócil, se somete gozosamente a su gobierno y se entrega a su servicio. Negativamente, la conversión implica el quebrantamiento y el repudio del pecado; positivamente, significa volver a Dios y dejarse gobernar por su voluntad. (1999, 47-48)