En estas conferencias hemos escuchado que a través de la venida de Cristo Jesús, las fuerzas del Ego humano iban a ser gradualmente dotadas de aquellas facultades que en los antiguos Misterios solo podían ser adquiridas por el hombre mediante la supresión, el adormecimiento, de su Ego. En todas las Iniciaciones antiguas existía la posibilidad de ascender al mundo espiritual, a los Reinos del Cielo. Pero debido a la peculiaridad de la evolución humana en los tiempos pre-cristianos, el Ego del hombre no podía ascender a los Reinos del Cielo con la misma lucidez o consciencia con la que se enfrenta al mundo físico-material. Por lo tanto, deben distinguirse dos condiciones del alma humana. La primera es la condición normal del hombre de hoy en día que predomina desde que se despierta hasta que se va a dormir, y que es cuando su Ego percibe y es consciente de los objetos del mundo material. En la segunda condición no hay una conciencia definida de Yoidad. Era en esta última condición, en la que el hombre era transportado a los Reinos del Cielo en los antiguos Misterios. Según la predicación de Juan el Bautista y después por el mismo Jesucristo, estos reinos del cielo debían ser traídos a la Tierra para que la humanidad pudiera recibir un impulso para el desarrollo que permitiera a los hombres experimentar los mundos superiores manteniendo el ego plenamente consciente. Por lo tanto, era natural que aquellos que registraron el Evento de Cristo Jesús, describiesen los diferentes procesos experimentados por un aspirante a la Iniciación en los Antiguos Misterios, pero que al mismo tiempo se diese una indicación de un nuevo elemento, que mostrase que ahora no se trataba de la segunda condición del alma sino de una nueva condición en la que el Ego es plenamente consciente.