El primer volumen de la trilogía veneciana de Jonathan Holt ha llegado al castellano. Muchos de vosotros habéis estado en Venecia alguna vez y sabéis que Venecia se ajusta bien al drama. La primera impresión queda grabada para siempre. Da igual cómo llegues: por la laguna en barco, por el Gran Canal en vaporeto o caminando desde Rialto, siguiendo las flechas en las esquinas de las calles estrechas, “Per S. Marco”, para sentir el golpe de luz de la plaza al abrirse de golpe ante la vista. En todos los casos, la cúpula de la Salute te impacta, siempre blanca, enorme, recordando la peste que en el siglo XVII mató a uno de cada tres venecianos. Un tramo de escaleras baja desde la acera del templo hasta rozar el agua. Permite subir desde la laguna hasta la puerta… salvo que uno llegue como un cadáver con sotana arrastrado por la marea. Así abre Holt su trilogía veneciana.
El proyecto está pensado como un solo cuerpo, un viaje largo por una ciudad que respira en dos planos sincronizados. La Venecia física, saturada, húmeda y frágil. Y la Venecia paralela de Carnivia.com, donde se acumulan secretos viejos, verdades manipuladas y heridas que la ciudad arrastra desde hace siglos. Holt no solo utiliza la doble Venecia como truco narrativo: la usa como diagnóstico de personalidad de una ciudad acostumbrada, por su historia, a que no todo se puede decir en la calle. Su tradición de espionaje ciudadano es bien conocida. Ahora hay un lugar donde hacerlo con garantía de anonimato. Lo que antaño eran buzones para alimentar el servicio de espionaje más sofisticado durante siglos, hoy es una web diseñada por un veneciano donde cualquiera puede ocultar su identidad. Lo que la ciudad calla, su doble virtual lo grita.
El libro mezcla dos frentes que, sobre el papel, parecen irreconciliables: una investigación policial clásica, con una capitana de carabinieri que no sabe rendirse, y una trama internacional donde una joven subteniente estadounidense descubre que el tráfico de personas no es una excepción, sino un negocio montado para prosperar en la sombra. En manos torpes, esto habría sido un caos, pero Holt hace que todo encaje sin ruido. Línea civil y línea militar avanzan en paralelo, se cruzan, chocan, se contaminan. Y en medio está Venecia.
El autor evita los clichés de postal. No le interesa el turismo. Va a lo que importa: cómo funciona el poder. Y el poder funciona como siempre ha funcionado en la ciudad: con pactos, con silencios, con templos que guardan más archivos que las comisarías. Holt te enseña la Iglesia, el Estado, los acuerdos que sobreviven a los políticos y el mundo virtual donde se esconden quienes temen, acosan o ya no confían en nada. La decadencia aparece, sí, pero no como romanticismo: como sistema. Venecia aprovecha su aire antiguo. Lo vende. Lo exhibe. Y lo usa.
En esta historia, la ciudad vive en un equilibrio extraño entre el placer cotidiano —las plazas llenas al caer la tarde, el olor a café muy tostado, los barcos de reparto que pasan a ras de muro— y la paranoia política. Terrorismo, operaciones militares sin etiqueta, decisiones estratégicas tomadas en pasillos que no salen en las guías. Holt escribe con claridad. Explica un mundo turbio sin convertir la narración en un lodazal. Eso es parte de su eficacia.
En una entrevista, Holt explicó que la trilogía estaba pensada como una estructura cerrada: “Una trilogía de verdad —dijo—, con un clímax que dé sentido al viaje”. No quería una serie: quería un arco. “Como abrir una colección de muñecas rusas”. Es una metáfora muy exacta: cada capítulo retira una capa que parecía sólida y revela otra que nadie esperaba. Lo que parecía claro deja de serlo. Lo que parecía trama secundaria se convierte en la clave.
Holt se mete en la Operación Gladio, en los ejércitos secretos de la OTAN, en el modo en que Estados Unidos intervino en la Italia de la Guerra Fría. No todos los escritores se atreven a tocar ese terreno. Cuando le preguntaron si sus libros eran “antiamericanos”, respondió que no: que la historia del siglo XX en Italia es sucia, pero que también hubo quien justificó ensuciarse las manos para frenar a un enemigo mayor. No sermonea. Presenta hechos y contradicciones para que el lector decida qué pensar.
El trío protagonista es uno de los grandes aciertos del libro. Tres mundos que no hablan el mismo idioma emocional: la capitana italiana, que investiga como si la ciudad le debiera una respuesta; la oficial estadounidense, atrapada entre la disciplina de su país y la realidad del terreno; y el hacker veneciano, un sombrero blanco que conoce lo que Venecia esconde en sus muros y lo que oculta en sus servidores. Sus miradas chocan, sus métodos chocan, pero se sostienen unos a otros.
La Venecia de Holt no es solo decoración. Es desgaste. Es la humedad que se come la piedra y la memoria que se come a los personajes. Iglesias que guardan archivos que nadie quiere abrir. Túneles administrativos donde se reparten favores. Oficinas donde el pasado pesa más que el presente. Y turistas que pasan por delante sin ver nada. Los personajes recorren la ciudad como quien recorre una biografía ajena. Y descubren que Venecia guarda mejor que nadie.
Sobre los múltiples seudónimos del autor, Holt —o Capella, o Delaney— usa cada nombre para una parte de su trabajo. Capella para los libros de ficción emocional y gastronómica. JP Delaney para el thriller psicológico moderno. Jonathan Holt para la Venecia política, tecnológica y militar. La identidad es el tema central de la trilogía y la identidad del autor sigue el mismo patrón: se pone máscaras diferentes, al igual que hace cada veneciano en la fiesta carnavalesca más universal.
Venecia es una ciudad hecha de fachadas y pasadizos. Y necesita cronistas que sepan leer lo que hay detrás del yeso. Holt lo lee. Y entiende que Venecia es un decorado para un estado mental.
Con la presencia de Inés Kerzan, Elena Serrano, Enrique López, Pedro Miguel López, Araceli González Campa, Guillermo Orduna, Nacho Gonzalo Ortiz, Carlos Granell y Michael Novack.
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