Revolución (Parte 2)
Segunda parte de este mensaje sobre la revolución que Jesús quiere traer en este tiempo al mundo. Predicado en el campamento Oxigenados 2023 por Juan Carlos Parra.
Revolución 2
IMPLICA VIOLENCIA:
No he venido a traer paz, sino guerra
Mateo 10:34-39.
34 No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. 35 Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; 36 y los enemigos del hombre serán los de su casa. 37 El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; 38 y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. 39 El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.
Sufre violencia (el reino):
Mateo 11:12
12 Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.
Jesús trae revolución. Podría decir “trajo”, pero la sigue proporcionando en el presente. Revolución en el sentido de un cambio profundo o de una transformación radical respecto al pasado inmediato. “Las cosas viejas pasaron y he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Corintios 5:17). Y esta revolución tiene algo de violento también, pero no en cuanto a matar o hacer daño, todo lo contrario. Cristo Jesús fue un revolucionario al dar su vida por amor a nosotros, para derrocar a Satanás y proveer perdón de pecados.
Sin embargo, es una revolución que implica violencia por dos motivos. Primero, porque debemos ser valientes y radicales en las decisiones que implican seguir a Cristo y ponerlo como lo primero en nuestras vidas (Mateo 11:12). Segundo, porque ser discípulos de Jesús suele significar que nos odien o rechacen. Es decir, sufrimos una violencia que debemos soportar pacíficamente y hasta con regocijo: “No he venido a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34-39).
Ser discípulos de Jesús nos convierte en revolucionarios, dado que propiciamos cambios en el mundo al salvar a otros predicando el evangelio y al ir contra corriente. Pues el sistema de este siglo malo, contrario a Dios, deja de ser lo normal para nosotros y empezamos a vivir bajo otros parámetros que son de luz, y la luz confronta las tinieblas.
SIN REVOLUCIÓN NO HAY EVOLUCIÓN
Ahora bien, lo revolucionario de ser cristiano inicia con un sentimiento de hartazgo hacia nosotros mismos. “Algo debe cambiar en mí”, nos decimos; o “Mi familia necesita una transformación con urgencia”. De esta forma, lo más importante para nuestra propia revolución es anhelarla y abrirnos al Espíritu de Dios, quien es el principal agente revolucionario.
Desde que creí en Cristo, me levanté en guerra contra mi carne, contra el pecado que está en mí. Es la clase dominante a batir: el yo o el viejo hombre. Nunca perdamos la condición de revolucionarios preguntándonos diariamente, “¿qué debería cambiar en mi vida?”. Por esta lógica de inconformismo y deseos de cambio, el cristianismo nos propone (y hace posible en el poder de Cristo) una constante evolución. De ahí que me atreva a decir que sin revolución no hay evolución.
PERO SIN REVELACIÓN NO HAY REVOLUCIÓN
He aprendido algo al meditar en las revoluciones que el Señor ha traído a mi propia vida: que sin revelación no hay revolución. Dicho de otro modo, la revelación activa la revolución. Porque es la Palabra de Dios la que nos va transformando. ¿Cuántos libros, predicaciones, textos bíblicos recibidos en vigilias de oración, cuántos paseos con Jesús que han revolucionado mi existencia? ¿Por qué? Porque me han introducido a un nuevo nivel de conocer a Cristo y he podido evolucionar abruptamente, por la revolución de esa revelación.
Como los discípulos de Emaús. Ardieron sus corazones, el motor espiritual se revolucionó. Comprendieron la resurrección, y aquella nueva revelación caminando con Jesús los revolucionó para siempre. Cambiaron el destino de su viaje y regresaron corriendo a Jerusalén para anunciar su buena nueva (Lucas 24:13-35).
El poder revolucionario de la palabra:
Revolución ha traído la película de Sound of freedom; revolución se cuenta en el libro de Greg Laurie; la visita de Nick Vujicik; lo que Dios hizo entre los gitanos o con los centros de rehabilitación en España...
¿Qué es una iglesia revolucionada? Siempre abiertos y buscando las revoluciones del Espíritu.
Espíritu Santo es un agente de revolución:
Desde Gen. 1, pasando por cada obra personal, y Pentecostés, el libro de los Hechos, los despertares y avivamientos.
Finalmente, quiero meditar en la metáfora del motor. ¿Puedo estar revolucionado y no generar ningún movimiento? ¿Acelerar y acelerar y revolucionar mi interior hasta dañarme? Sí. Y esto porque debo ser parte de todo un engranaje. Además del acelerador, he de accionar el embrague y las marchas, siendo parte de un engranaje mayor que me lleva a estar en movimiento con otros. Pero ¿cuál es nuestro movimiento? Hacer discípulos a todas las naciones y que el Evangelio llene toda la tierra.
A Noé, la palabra que recibió del Señor lo aceleró, pero además generó un movimiento, ya que engranó con los suyos para que el vehículo, el arca que crearon, salvara, en este caso solo a su familia y a los animales. Ahora bien (piensa en ello) la revolución de Noé aceleró el fin de aquel mundo.
Aunque nadie se salvase, cosa que no sucederá, somos parte de un mover de salvación, engranados con hermanos de todo el orbe. La Iglesia de Jesús es su Cuerpo, un vehículo que lleva las buenas nuevas, proveyendo la oportunidad de salvación a todas las naciones. Nuestro trabajo no es salvar, sino dar la oportunidad de salvación como hiciera Noé.
Los hombres serán expuestos a este gran mover de Dios de los últimos tiempos: una revolución que, no solo nos hará arder con el fuego del Espíritu en santidad y comunión con Dios, además nos colocará en marcha, engranados unos con otros para afectar nuestro mundo.
Me atrevo a asegurar que la revolución de la Iglesia acelerará el retorno de Cristo Jesús.
El llamado del doctor Duff a La India:
El doctor Alejandro Duff, el gran misionero veterano de La India, regresó a Escocia para morir, y al hallarse frente a la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana, hizo su llamado, pero no encontró respuesta. En la mitad de su llamamiento, se desmayó y fue retirado de la plataforma. El médico se inclinó sobre él, examinándole el corazón. El Dr. Duff abrió los ojos:
—¿Dónde estoy? —exclamó— ¿Dónde estoy?
—Estese quieto —dijo el médico—, su corazón está muy débil.
—Pero —exclamó el antiguo luchador—, ¡tengo que terminar mi llamado! ¡Llévenme nuevamente! ¡Llévenme nuevamente! No he terminado aún mi llamado.
—Estese quieto —repitió el médico—, está muy débil para volver a la plataforma.
Pero el anciano misionero se esforzó por ponerse en pie, su determinación venció su debilidad y, con el médico a un lado y otro ayudante por el otro, el luchador de cabello blanco fue conducido nuevamente a la plataforma y mientras ascendía por los escalones del púlpito, toda la asamblea se puso de pie en su honor; luego continuó su llamado:
—Cuan do la reina Victoria llama por voluntarios para la India —exclamó—, cientos de jóvenes responden; pero cuando llama el rey Jesús, nadie acude.
Hizo una pausa, y retomó el discurso:
—¿Es cierto —preguntó— que Escocia ya no tiene hijos para dar a La India?
Nuevamente hizo una pausa.
—Muy bien —concluyó—, si Escocia ya no tiene jóvenes para mandar a La India, entonces, anciano y gastado como estoy, yo regresaré, y si no puedo predicar me recostaré en las costas del Ganges y allí esperaré morir, para que sepa la gente de La India que por lo me nos hay un hombre en Escocia que tiene suficiente interés por sus almas y que está dispuesto a dar su vida por ellos.
Al instante varios jóvenes de entre la asamblea se pusieron de pie y gritaban:
—¡Yo iré! ¡Yo iré! ¡Yo iré!
Después de haber partido de este mundo el famoso misionero, muchos de esos mismos jóvenes fueron por los caminos de La India, para entregar sus vidas como misioneros, como resultado del llamado que Dios hiciera por medio del doctor Duff.
Amigo mío, ¿quieres ir? ¿Te ha hablado Dios? ¿Has percibido su llamado? ¿No contestarías: Señor, heme aquí, envíame a mí? (Isaías 6.8). Y si no puedes ir, ¿enviarías a un reemplazante? La decisión queda contigo. ¿Por qué ha de escuchar alguno dos veces el evangelio antes de que todos lo hayan escuchado una vez?
Lo más importante para una revolución es querer anhelarla