La primera evocación que quizá para muchos traiga la palabra confesión es la del sacramento de la reconciliación, o las confesiones que se hacen en los juzgados. Otros en cambio inmediatamente conectarán con las confesiones de San Agustín o recuerden en el ámbito filosófico las confesiones de Rousseau, de Baudelaire, ...
Estamos de acuerdo con Ortega y Gasset cuando afirma que el gran descubrimiento de San Agustín es el alma entendida como intimidad y la confesión surge como una necesidad vital importante, que es como un puente que se tiende entre la soledad íntima de quien confiesa y el destinatario a quien se dirige.
También en el ámbito filosófico humanístico María Zambrano, la gran escritora y filósofa española, elabora de manera ejemplar y sobresaliente su propia experiencia religiosa, en su obra titulada la confesión género literario y método, afirma que la confesión es un recurso cuyo objetivo es crear una nueva realidad. Una realidad necesaria para la vida.
Siendo importante y apasionante el tema por su hondura filosófica y psicológica, en esta reflexión vamos a centrarnos en su dimensión religiosa, y específicamente vamos a mirar el ámbito bíblico y el ámbito místico.