Digámoslo así: todos cometemos estupideces. Todos somos estúpidos en un grado mayor o menor. Una vida sin tonterías sería demasiado aburrida, al fin y al cabo. Quizás, discurrir sobre la estupidez sea también una soberana necedad. Pero hay unos grados de estupidez que sobrepasan la poca inteligencia humana que éstos parecen practicar a diario. Si la humanidad se halla en un estado deplorable, miseria y desdichas es por causa de la estupidez generalizada, que conspira contra el bienestar y la felicidad. La estupidez es la forma de ser más dañina. Es peor aún que la maldad, porque al menos el malvado obtiene algún beneficio para sí mismo, aunque sea a costa del perjuicio ajeno. ¿A qué puede deberse que nos dejemos llevar por reclamos publicitarios manifiestamente absurdos? ¿Cómo es posible que el hombre caiga en rumores o hechos de otros estúpidos y les adoren? ¿Se pueden pagar miles o millones de dólares por un cuadro en el que no hay nada pintado?