Aspirar a ser algo.
A ser alguien.
Como si la persona que eres ahora.
No importara.
Como si esto que es el presente fuera un estado transitorio.
Un medio.
Como si jamás fueras suficiente.
Aspirar a convertirte en lo opuesto a lo que fuiste.
Huir de lo anterior como síntoma de evolución.
Rechazar las raíces.
Hacer de la vergüenza de tu origen una seña de identidad.
Poner kilómetros de distancia.
Cambiar tu acento.
Olvidar.
Hacer ver que ahora te va mejor.
Porque tienes nuevas amistades.
Porque sabes más idiomas.
Porque viajaste más.
Hacer ver que no queda nada de la persona pequeña que fuiste.
Como si no fueras también esa persona.
Como si esa persona no te hubiera ayudado a seguir aquí.
Como si nunca hubiera existido.
El sistema construye modelos de aspiración imposibles.
Lugares que solo les pasan a una parte muy reducida de la población.
Excepciones hechas reglas deseables.
Para que tu esfuerzo (y tu dinero) se dirijan a un lugar al que probablemente no llegarás.
Aspirar a ser alguien que ni ese alguien es.
Y como el horizonte.
Si te acercas, se alejará.
Porque así funciona este espejismo del yo.
Así nos tienen enganchados con nuestra «mejor versión».
Mirando a otros para no mirarnos a nosotros.
Para no ver qué es lo que de verdad queremos.
Y si algún día llegas a un lugar que soñaste.
O más bien que otros soñaron por ti.
Probablemente te des cuenta de que no era para tanto.
Que no te hace tan feliz.
Porque siempre, siempre, te faltará algo.
Aunque parezca que ya lo tienes todo.
Porque así funciona el ser humano.
Sigue vivo porque hay una falta.
Por eso conformarse a veces, dejar de intentarlo, renunciar a según qué lugares.
Es una manera de ganar.
Paz y tranquilidad.