A lo largo de la vida te vas encontrando con personas que parecía que sí.
Pero al final fue que no.
Personas que no supieron tener la paciencia suficiente para quedarse y para verte.
Que no estuvieron cuando tenían que estar.
Personas que te quitaron todo y se fueron a por otra persona.
Personas alcantarilla y personas rendija.
Gente que solo pensó en sí misma.
Que fue incapaz de devolver un poco de lo que se le dio.
Que lo único que les interesaba era el «yo, yo, yo y yo».
A lo largo de la vida nos encontramos con personas que nos gustaría no haber conocido.
Haber podido ir justo al instante exacto antes de verlas por primera vez.
Y tomar otra dirección.
Pasar.
Qué alivio sería tener una máquina del tiempo y decidir no ir a ese lugar en el que estaba esa persona que te jodería la vida después, ¿no?
Pero eso es imposible.
Forma parte del vivir.
Forma parte de todo lo chungo y lo bonito de esto.
Porque, sí, a veces te encuentras con personas que no.
Pero a veces te encuentras con personas que sí.
Personas que se quedan.
Que están.
Personas que no te envidian.
Que te escuchan.
Personas que son un sitio físico.
Como lo es una plaza o un sofá.
Personas hogar.
Personas sin las que tu existencia hubiera sido un poco menos intensa.
Personas con las que poder compartir.
Esta duda, este miedo y esta esperanza.
Personas desconocidas que se convirtieron en familia.
Personas que suman.
Que aunque no veas siempre ni todos los días.
Sabes que te quieren bien.
Que se alegran de tus alegrías.
Que jamás te juzgarían.
Personas que te acompañan.
Que te ayudan a superar a las personas que no.
Que te recuerdan.
Que son un espacio de tu memoria.
Para cuando tú ya no estés y no seas.
Para que cuenten a los demás qué te hacía especial.
Para que nunca desaparezcas del todo.
Para que sirva de algo.
Esto que es estar aquí juntos y a la vez.
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