La sola mención del nombre de María trae hasta nosotros el aire del paraíso. De belleza, de paz, de elevar nuestra autoestima al sabernos amados. Jesús nos invitó a ser niños, y queremos serlo pequeños, para caber en el regazo de María. Una vida fuera del regazo de María es demasiado complicada. Su vientre es el molde donde hemos de formarnos.