Los contemporáneos de Jesús que se abrieron a su mensaje supieron que ya había llegado la hora y no tenían que esperar nada más. Nosotros tampoco hemos de esperar nada, porque en Jesús tenemos la solución a todas las ansias del corazón. Lo oímos, lo tocamos en la Eucaristía, lo vemos en la contemplación, como enseñó san Josemaría en la Legación de Honduras.