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"Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad." (Hebreos 12:10)

La figura de un padre está vinculada a la disciplina y la educación de su hijo. Aquí el apóstol compara un padre terrenal con nuestro Padre celestial. Ahora bien, la comparación es complicada porque ningún padre terrenal es perfecto; puede tener las mejores intenciones pero se equivocará en más de una ocasión. Pero Dios es un Padre perfecto; siempre hace lo que realmente necesitamos. Su disciplina o enseñanza nos guía en medio de todas las situaciones difíciles de la vida para que "participemos de su santidad". La meta de nuestro Padre celestial no es nuestra comodidad sino nuestra santidad.

¿En qué situación te encuentras ahora mismo que si pudieras la cambiarías? Cambiemos la pregunta. ¿Qué es lo que tu Padre celestial quiere enseñarte por medio de esa situación difícil? Nuestra meta ha de ser aprender todo lo que podamos en estas situaciones en vez de quejarnos y buscar librarnos lo más rápido posible. Admito que es más fácil hablar de esta verdad que vivirla, pero si podemos recordar el amor y el propósito de nuestro Padre celestial, nos ayudará a seguir confiando y dejar que Él siga adelante con su obra.