«y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe;» (Filipenses 3:9)
El anhelo de Pablo era conocer mejor a su Dios. Pero para merecer tener una relación con un Dios santo, Pablo hubiera necesitado tener una justicia perfecta. Sin embargo, Pablo, como todos nosotros, era heredero de la naturaleza pecaminosa de Adán. Y si somos honestos con nosotros mismos, tenemos que reconocer que nuestro pecado es una barrera insuperable. Lo que Pablo dice aquí es que hay dos tipos de justicia en que se podría intentar basar esta comunión. Primero está la que nosotros intentamos alcanzar por medio de la moralidad en obediencia a la ley. Pero es una justicia incompleta, imperfecta, ya que ninguno de nosotos logramos cumplir perfectamente la ley en nuestras acciones, actitudes y pensamientos. Una justicia imperfecta que proviene de nuestros efuerzos imperfectos de cumplir la ley jamás bastaría para formar la base de nuestra relación con Dios. Al final una justicia manchada por nuestro pecado jamás nos podría acercar a Dios. Pero ¡hay otra justicia! Es la justicia que viene por la fe en Cristo, la que Cristo logró en nuestro lugar. Esta justicia es la única esperanza del pecador.
En el día que tenemos delante, levantemos nuestros ojos a Cristo y andemos por fe, permitiendo que su Espíritu manifieste esta justicia en nosotros hoy. (David Bell)