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«Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,» (Hebreos 2:14)

El argumento de la Epístola a los Hebreos establece la superioridad de Cristo. Primero presenta a Jesús como Dios y luego continúa para mostrarnos que era también hombre. Jesús es único en que en Él están unidas la naturaleza divina junto con la humana. Y ¿por qué era tan importante que Dios se encarnara? Este versículo enfatiza uno de los propósitos de la encarnación. Jesús participó de carne y sangre para poder morir. Parece extraño a primera vista, pero el argumento es precioso. Dios el Verbo se hizo hombre para poder morir, y así destruir el imperio de la muerte. La cruz parecía una derrota para los que estaban presentes —los dos discípulos de camino a Emaús la vieron así. Pero en realidad era un triunfo porque sellaba la victoria sobre el diablo, el pecado y la muerte. Allí Jesús condenó el poder de la muerte sobre el creyente, derrotando al diablo. El dominio de la maldad es vencido porque el pecado ya no reina sobre los que estamos en Cristo y nos ha librado del temor de la muerte por medio el Espíritu de Dios que mora en nuestros corazones y nos trae convicción y edificación.

Vivamos hoy en esta victoria, comprada con la muerte de nuestro Salvador. (David Bell)