«Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí.» (Juan 6:57)
En Juan 6 encontramos una de las enseñanzas más profundas de Jesús. Los judíos se escandalizaron cuando Jesús dijo que habían de comer su carne y beber su sangre y sospecho que no llegaron a escuchar nada más de lo que les enseñó ese día. Obviamente entendemos que Jesús no hablaba de comer y beber literalmente. Más bien lo dijo en conexión con la imagen del pan, el maná espiritual. Jesús se presentó aquí como el pan de vida y para que el pan nos beneficie, hay que comerlo. Pero este versículo en particular enfatiza un concepto por medio de una triple repetición: la vida. Jesús empieza con el Padre viviente, el Dios vivo que encontramos en el Antiguo Testamento. Dios es vida, ya que toda vida tiene su origen el Él. Jesús continúa diciendo que Él mismo vive por el Padre. Aquí hemos de entender que hace referencia a su vida terrenal, ya que el Verbo eterno siempre ha existido, incluso antes del principio, como leemos en Juan 1:1). Y ahora viene lo bueno. Los que recibimos a Cristo por la fe, aquí representado en la figura de comer y de beber, viviremos por Él. Ahora Jesús está hablando de la vida eterna.
El eterno Dios viviente (1) envió a su Hijo a vivir (2) y a morir en este mundo para que nosotros podamos vivir (3) eternamente en su presencia, glorificándole y gozándonos en Él para siempre. (David Bell)