«No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.» (Juan 14:30)
Jesús pronunció estas palabras en el aposento alto mientras hablaba con sus discípulos la noche en que fue entregado para ser crucificado. Reconoció que su tiempo con ellos estaba limitado, porque Satanás ya había maquinado un plan para tentar a Judas a traicionar a su Maestro. En este contexto, Jesús llama a Satanás el príncipe de este mundo. Cuando escuchamos este título, muchas veces pensamos en un príncipe como el próximo rey, el que un día heredará el trono. Pero el concepto aquí es más bien el de una autoridad inferior, un líder limitado por el control de un superior. Es la imagen de un golpe de estado en rebeldía contra la legítima autoridad. Satanás querría imaginarse libre del control de Dios, pero jamás podrá escapar su condena final en el lago de fuego. Jesús aquí recuerda a sus discípulos no solamente que Satanás es sencillamente un príncipe responsable ante Dios sino también que no tiene ninguna autoridad sobre Jesús. Era Jesús el primero de los nacidos del linaje de Adán sobre el cual Satanás no ejercía ningún dominio. No pudo desviarle de los caminos de su Padre por medio de las tentaciones y las pruebas de este mundo. Pero aquí vienen las buenas noticias del Evangelio: si estamos en Cristo, tampoco tiene dominio Satanás sobre nosotros. En Cristo somos libres de obedecer al Espíritu de Dios que mora en nosotros.
Andemos hoy como libres y no obedezcamos los deseos pecaminosos que nos alejarían de nuestro Salvador (David Bell)