«Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello, SANTIDAD A JEHOVÁ.» (Éxodo 28:36)
El sacerdote llevaba una lámina de oro con un grabado que recordaba a todos de su propósito: estaba consagrado o dedicado a Dios. Había sido llamado y apartado para servir a Dios en representación al pueblo. No estaba allí para enriquecerse o buscar su propia comodidad. Estaba allí porque Dios tenía un propósito para él y por eso Dios le había escogido y le había llamado. El Nuevo Testamento nos recuerda que como seguidores de Cristo somos un real sacerdocio. O sea nuestro lema también ha de ser «santidad a Jehová», apartados completamente para nuestro Dios. Él tiene un propósito para cada uno de nosotros. Quiere que seamos luz y sal en este mundo. Quiere producir el reflejo de su gloria en nosotros para usarnos para traer a otros a sí mismo. Pero si no tenemos cuidado, podemos cometer el mismo error que vemos en algunos de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Podemos empezar a vivir para nosotros mismos, dedicándonos a cosas vanas —o incluso a cosas buenas— en vez de buscar primeramente el reino de Dios.
Recordemos hoy nuestro propósito grabado —no en oro— sino sobre nuestro corazón por la sangre de Cristo. Hemos sido consagrados a ser un testimonio ante el mundo de nuestro amor a Dios y al prójimo. (David Bell)