«Ciertamente no he habitado en casas desde el día en que saqué a los hijos de Israel de Egipto hasta hoy, sino que he andado en tienda y en tabernáculo.» (2 Samuel 7:6)
El rey David creía que había encontrado justo lo que Dios necesitaba, un palacio. Ya que David vivía en un palacio, creía que Dios también merecía uno. Al final Dios permitió que Salomón, el hijo de David, edificara un templo glorioso, pero aquí en su contestación a David, Dios le recuerda que había estado habitando en tiendas desde que Israel había habitado en tiendas. La verdad es que, para el Dios que habita en toda la gloria del Cielo, incluso el templo más maravilloso no sería digno. Pero desde la perspectiva del Nuevo Testamento, puedo decir con certeza que Dios sigue habitando en tiendas. En el día de Pentecostés, en la misma ciudad donde estaba aquel gran templo, restaurado bajo Herodes, Dios bajó en gloria sobre 120 discípulos para habitar en “tiendas” de nuevo. El apóstol Pablo nos recuerda que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo en 1Corintios 3:16 y a la vez una tienda en 2Corintios 5:1. Dios así muestra su increíble misericordia y amor para con nosotros. Dios habita en toda la gloria del cielo, pero escoge morar también en intimidad con nosotros por medio de su Espíritu. Este es el gran regalo que gozamos día tras día, comunión íntima con nuestro Dios.
Aprovechemos hoy esta comunión y pasemos tiempo en su presencia. (David Bell)