«Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.» (1 Crónicas 29:11)
Estas palabras pertenecen a la oración de David justo antes de su muerte. Sus palabras son verdaderamente bonitas. David empieza con un reconocimiento del carácter de su Dios: su magnificencia, poder, gloria, victoria y honor. Estas palabras siguen una estructura de paralelismo inverso: En su magnificencia, Dios merece todo honor y su poder le asegura la victoria sobre todos los que se levantan contra Él. Por eso le pertenece toda la gloria. Luego continúa con el dominio de Dios: todo lo que hay en el cielo y la tierra le pertenece. Finalmente encontramos la sumisión, la única reacción lógica ante tal Dios: el reino le pertenece. ¡Recordemos que estas son las palabras del rey! David sabía que su reino realmente no era suyo. Reconocía a Dios como el verdadero Rey, excelso y glorioso sobre todos. Nosotros no somos reyes en esta tierra, pero nos conviene adoptar el mismo estilo de pensamiento que tenia David. Necesitamos ver a Dios en toda su gloria como nuestro verdadero Rey. Es el verdadero Soberano sobre cada nación de la tierra pero también es el Rey sobre nuestra vida, nuestras familias y en nuestra iglesia.
“Dios, nos entregamos de nuevo hoy a Ti para que cumplas tus propósitos en tu dominio. Abre nuestros ojos para que podamos ver cómo estás obrando para la gloria de tu nombre.” (David Bell)