«La altivez del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y sólo Jehová será exaltado en aquel día.» (Isaías 2:17)
Dos veces en este capítulo encontramos estas mismas palabras repetidas (v. 11 y 17). Parte de la promesa de restauración para el pueblo de Jerusalén en este capítulo es la importancia de la humillación. Después de todo, el orgullo, o como lo llama aquí, la altivez y la soberbia, es una barrera que nos separa de Dios y le ofende. Como nos recuerda el Nuevo Testamento en Santiago 4:6, Dios resiste a los soberbios. No puede haber gracia y misericordia donde existe el orgullo. La gracia y el orgullo son como el aceite y el agua; no se pueden mezclar aunque se agiten. Sólo cuando se humilla la altivez y la soberbia humana, podrá Jehová recibir la gloria que merece. Un día toda rodilla doblará delante de Dios y toda lengua confesará que Cristo es Señor. Pero las buenas noticias son que también podemos escoger humillarnos a nosotros mismos ante Dios ahora. Si nos vemos como pecadores necesitados, lo que la Biblia llama el arrepentimiento, y confiamos en la obra de Cristo en nuestro lugar en la cruz, la fe, destruimos la altivez del hombre y abrimos la puerta a la obra de Dios en nosotros para que el Señor sea exaltado en nuestras vidas.
Debemos buscar seguir humillándonos hoy, para que Cristo sea exaltado en nuestras vidas. (David Bell)