«y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.» (Juan 10:28)
Esta enseñanza de Jesús es preciosa, pero si lo vemos dentro de su contexto es aún más maravillosa. Estas son las palabras del Buen Pastor (ver Juan 10:9). Nadie puede hacer daño a sus ovejas porque están bajo su protección. A diferencia del asalariado que huye cuando venga el peligro, el Buen Pastor jamás abandonaría sus ovejas ante el peligro. Cuando llegamos al capítulo siguiente, encontramos una historia que ilustra lo que Jesús estaba enseñando bajo la imagen del Buen Pastor. Lázaro, el amigo de Jesús, se puso enfermo y murió. Marta y Maria lloraban porque parecía que la muerte había arrebatado a su hermano en la flor de la vida. Pero vino Jesús recordándolas que Él es la Resurrección y la Vida, y que los que creen en Él no morirán eternamente. Marta reconoció que volvería a ver a su hermano en la resurrección final. Pero Jesús en la voluntad de Dios tenía algo más para esta familia. Para demostrar la gloria de Dios, Jesús resucitó a Lázaro, demostrando la verdad que nadie —ni la muerte— puede arrebatar a sus ovejas de su mano. Hoy tú y yo descansamos por la fe dentro de estas mismas manos. No hay nada ni nadie que pueda abrir la mano de Jesús para separarnos de nuestro Buen Pastor que dio su vida para rescatarnos.
Así que podemos andar incluso por el valle de la sombra de muerte sin temor, seguros en su mano. (David Bell)