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«Pon, oh Jehová, temor en ellos; Conozcan las naciones que no son sino hombres. Selah» (Salmo 9:20)

El salmo nueve enfoca en el juicio final de Dios sobre los que le han rechazado, pero el salmo termina con esta petición para las naciones. Aunque está dirigida a las naciones, es una petición que debemos pedir para nosotros mismos. Nuestro condición natural nos lleva a imaginar que somos más de lo que somos. El orgullo está arraigado en el corazón humano y nos lleva incluso a elevarnos a nosotros mismos por encima de Dios. Pero aquí el salmista pide que Dios ponga en las naciones un temor de Él. En el contexto del Antiguo Testamento, debemos entender este temor como una reverencia respetuosa para Dios que nos lleva a reconocer la superioridad de Dios sobre su creación. Cuando Dios en su misericordia no lleva a ver cómo somos delante de Él, es lo mejor que nos puede pasar. Hacemos bien en pedir que Dios nos vuelva a recordar lo que somos delante de Él todos los días, porque sólo es cuando sabemos que no somos sino hombres que estamos en una posición de recibir misericordia y ayuda de la mano de Dios. Por eso los poetas del Antiguo Testamento nos dicen que el temor de Dios es el principio de la sabiduría, un pensamiento repetido tanto en Job como también en los salmos y los proverbios (Job 28:28; Sal. 111:10; Prov. 1:7).

Que Dios nos llene hoy de su temor para que cada uno “no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno (Romanos 12:3). (David Bell)