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«No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.» (Mateo 7:21)

Jesús en el sermón del monte habla de la importancia del fruto espiritual, los resultados espirituales de nuestro andar con Dios. Jesús pone como ejemplo el fruto físico. Un árbol se conoce por el tipo y la calidad de su fruto (7:16-20). Así también se puede reconocer a un discípulo por su fruto. A continuación Jesús habla de las personas que se presentarán delante de Él en el juicio final hablando de su “fruto”: habían profetizado, habían echado fuera demonios e incluso habían hecho milagros. Este fruto parece bastante convincente desde el punto de vista humano. Pero según nos cuenta Jesús, éste no es el fruto que Dios busca. Su comentario para estas personas es simplemente ¡que no los conocía! No es ninguna sorpresa porque Cristo ya nos había dicho el tipo de fruto que realmente importa: hacer la voluntad de su Padre. Para ilustrarlo, concluye su sermón con una historia que contrasta dos constructores. El primero que edificó su casa sin echar un buen fundamento representa a la persona que ignora la voluntad de Dios, pero el segundo, que cimentó su casa sobre la roca, representa la persona que obedece y practica la volutnad de Dios. El fruto espiritual que identifica al discípulo verdadero es una obediencia genuina que proviene de su amor.

¿Abunda este fruto en nuestras vidas? Pidamos hoy que Dios siga obrando en nosotros para aumentar el fruto verdadero, nuestra obediencia. (David Bell)