«¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8:31)
En esta pregunta, encontramos la gran historia del evangelio. Habla de alguien que es contra nosotros y de alguien que es por nosotros. Si hemos seguido el argumento de la epístola, recordaremos que al principio de la epístola el que era contra nosotros era Dios. Pablo empezó este discurso hablando de la ira de Dios que se revelaba contra cada pecador que violaba las leyes de Dios. Pero ahora este mismo Dios es el que es a favor de nosotros. ¿Como es posible esta transformación? No es por algo que nosotros podríamos hacer. De hecho, no hay nada que podamos hacer para ganar favor con el santo Dios. Esta transformación viene gracias a lo que otro ha hecho. Cuando Jesús, el perfecto Cordero de Dios, el que Pablo presenta aquí en Romanos como el segundo Adán, murió en la cruz, sufrió la ira que nosotros merecíamos para que podamos ser perdonados y transformados en hijos de Dios, de tal forma que ahora, efectivamente, podemos afirmar con confianza que Dios es por nosotros. Igual que un padre terrenal vela por los intereses de su hijo, ayudándolo y defendiéndolo, tenemos un Padre celestial que, gracias a Cristo, es ahora por nosotros. Y si Dios es por nosotros ¿qué más da a quién tenemos en contra de nosotros? Si estamos en la mano del Omnipotente, no tenemos nada que tener de las fuerzas de los enemigos de Dios.
Cuando sentimos la tentación de temer lo que pueda pasar, recordemos que ya no estamos bajo la ira de Dios, sino que Dios es por nosotros. (David Bell)